
En materia de energía y comunicaciones la política de Francia con España ha sido siempre la misma: el boicot, el sí pero no, el aplazamiento y la muerte por aburrimiento de lo que nunca se quiso que viviera. El tren de Canfranc, pese a que su maravillosa estación la hizo Eiffel, no pasa los Pirineos. Antaño lo frenaron entre Bilbao y Barcelona, que siempre han boicoteado la línea más rápida para llevar los productos de Valencia y Murcia a París, que es atravesando Aragón: Valencia-Teruel-Zaragoza-Huesca-Jaca- Canfranc y de allí a Les Halles. Ahí llegó París y se lo cargó.
La alternativa a esa solución nacional española ha sido el Corredor Mediterráneo, infraestructura soñada de unos Països Catalans integrados en Europa y dejando a un lado a España. Pero el Corredor se va quedando en Mediterráneo, porque ni corre ni anda; a veces se inauguran doce o catorce kilómetros y se renuevan promesas e ilusiones, que, como todos saben, morirán en París. El Hexágono se ha soñado siempre autosuficiente, y lo que pueda competir con su agricultura está condenado a los aranceles, la incomunicación terrestre o la PAC, mecanismo francoalemán de compra del voto rural que ahoga en burocracia ecolojeta la agricultura española, antaño fértil y competitiva. Claro que si la huerta de Murcia va a tener la mitad de su extensión como huerto solar, adiós competencia y adiós todo.
Del MidCat al BarMar
Todo lo que no sea abaratar la energía mediante el desarrollo de nucleares, hidroeléctricas, fracking y tecnología para gas y petróleo (esa famosa capacidad re-gasificadora de España, que es real) será perder tiempo y dinero mientras dependamos de París. Lo ha demostrado una vez más Macron, ese pomposo monigote en el que algunos ven encarnada la Razón y las Luces, justo las que les faltan a los catetos que los comparan.
Hasta ahora, el okupa de la Moncloa, con el apoyo de la ETA, del golpismo catalán y del comunismo narcobolivariano -amén de la rendición complaciente de los maricomplejines del PP, ahora en materia judicial-, nos había vendido, de forma sucesiva, que no había subido el precio de la luz, que sí había subido pero que él iba a recuperar los precios de antes del covid, que la herramienta infalible iba a ser la "excepción ibérica", que la herramienta definitiva iba a ser el MidCat, y que la refinitiva es el BarMar.
¿Y qué es el Bar-Mar? Una tubería (Falconetti dice pipe-line) que llevará hidrógeno verde de Barcelona a Marsella. El color del hidrógeno, que, por supuesto, no es verde, disimula el boicot al MidCat de Macron, que se carcajea concediendo la coartada ecologista al fiasco de Sánchez.
Por supuesto, a Sánchez le da igual. Como nadie le pide cuentas en serio -no hay una sola cadena de televisión de Oposición a su Gobierno- y andan lejos las elecciones, mientras tenga una novela o relato, que contar, y crea que funciona el mantra del cambio climático y las energías renovables y sostenibles, es decir, subvencionadas, con el mismo entusiasmo que ayer defendía el MidCat defenderá hoy el BarMar, y mañana el Bar-Mier.
El "quesoducto" castrista
Porque a lo que empieza a parecerse la tubería mágica con la que España iba a abastecer a toda Europa, antes con gas, ahora con hidrógeno, es al quesoducto ideado por Fidel Castro para vender gruyère en Francia.
Debo a Carlos Alberto Montaner, que esta semana ha recibido el homenaje que merece toda una vida dedicada a defender la libertad sin perder el humor, la noticia de este disparate científico del Monstruo de Birán, sólo uno de tantos, como los de Ubre Blanca y la vaca enana. Un francés le vendió la idea de que para pudrir el queso al gusto francés nada mejor que una Ciénaga, como la de Ávila. Y que, con semejante ventaja geoestratégica, bastaría una tubería desde Cuba hasta Francia para asegurar los recursos que la Revolución, pese a sus éxitos económicos continuos, necesitaba cada vez más.
Y algo de Regis Debray o de Macron tendría el trapisondista francés para cautivar al Caballo, porque lo cautivó. Algún revisionista, de los que tanto abundan en el comunismo, puso pegas de tipo técnico al quesoducto castrista, y algún camarada habló de sentido común. Qué error, qué fatal desviación. Nadie sabe qué fue de ellos, pero seguramente nada bueno. La suerte del quesoducto no está clara. Hay quien dice que el francés huyó con los primeros fondos para poner en marcha la tubería transatlántica y hay quien dice que "Barbarroja" lo pilló llevándose esos fondos y lo sometió a la tortura de recitar hasta su muerte el libro de su señora, la chilena Marta Harnecker, discípula de Althusser, "Elementos de Materialismo Histórico".
Del Bar-Mer al BarMier del "caganer"
En todo caso, lo cierto es que ni se hizo el quesoducto castrista, ni se ha hecho el MidCat sanchista ni se hará el Bar-Mar macronista. Pero si al Monstruo de Birán le entretuvo un año y al patán de la Moncloa le gustó un semestre, el Bar-Mar de Macron puede durar hasta Navidad. Entonces podrá ilustrar, con las siglas BarMier, la ofrenda del caganer al Niño Jesús.
