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Lo peor de lo peor es la consulta

Una consulta sobre la independencia no es más leve, más tibia ni más moderada que un referéndum de autodeterminación.

Una consulta sobre la independencia no es más leve, más tibia ni más moderada que un referéndum de autodeterminación.
Salvador Illa

Han vuelto a meter en la habitación la bomba de relojería llamada consulta. Consulta a los catalanes, para ser precisos, porque al resto no se les consulta nada, lo cual, hay que decir, es la característica nuclear de la consulta. El timing de la llegada del artefacto conviene hacerlo notar. Los ministros socialistas cantaban en modo coral que nunca, nunca, nunca aceptarán un referéndum de autodeterminación en Cataluña como el que reclama a tambor batiente una Esquerra oronda, cuando Salvador Illa soltó lo de la consulta en una entrevista. La letra pequeña de lo que dijo el del PSC resulta prescindible por superflua: cuando se habla de Cataluña, no hay más tipos de consultas que una. Todos lo saben y por eso y sólo por eso regresa a escena el invento de la consulta.

El separatismo, allá cuando Mas, recubrió la dureza política del referéndum de autodeterminación con la semántica de la consulta para hacerlo dulce y atractivo como una nube de azúcar de colores. Los socialistas confeccionaron una crema pastelera que transformaba la consulta de autodeterminación en algo que no se sabía lo que era, pero que era una consulta. Una consulta para sustituir a la consulta. Era y es, que ahí está de vuelta el sucedáneo. Por más que cambien su apariencia, por más que digan que es una nube de azúcar diferente: cuando se habla de "consulta a los catalanes", todo el mundo sabe que sólo hay una. Y esa es la única razón por la que está de vuelta.

De vuelta a 2012 va el Gobierno de la concordia dulcísima, y del 2012 se llega volando a octubre de 2017. Dicen que en Cataluña todo está mucho mejor que entonces y olvidan cucamente que ese lustro fue hijo del Estatut de Zapatero y Maragall. Ilegítimo o no, pero hijo natural fue. Es incontestable la paternidad socialista de aquel Estatuto inconstitucional que alteró el statu quo y sembró la oportunidad para el "procés". Pero nada se ha aprendido. Ahora cocinan otra genial idea para "resolver el conflicto catalán". Abrir la puerta a una consulta es abrir la puerta a una consulta sobre la autodeterminación.

Los del eufemismo consultivo se han parapetado siempre en el carácter no vinculante. Una consulta, dicen, sólo para ver cómo se respira, qué demanda hay, qué opciones prefiere la gente. Pero sin efectos jurídicos. ¡Y qué más da que no tenga efectos jurídicos si tiene obvios efectos políticos! El resultado sería vinculante aunque no lo fuera en el plano jurídico. Una consulta sobre la independencia no es más leve, más tibia ni más moderada que un referéndum de autodeterminación. Es peor. Porque en la consulta se vota en la creencia de que no tendrá consecuencias irreversibles. La consulta elimina el coste y no elimina, en cambio, ninguno de los efectos. Los socialistas se han puesto a jugar con un artefacto letal.

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