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Putin de nazareno

Cada vez son menos los ucranianos ortodoxos que quieren seguir dependiendo de Moscú.

Cada vez son menos los ucranianos ortodoxos que quieren seguir dependiendo de Moscú.
EFE

En el descreído Occidente, pensamos que la religión ya no tiene importancia. No obstante, la tiene más de lo que estamos dispuestos a admitir. Y si no, ahí tenemos al descreído Bolaños, contrito y transido en el funeral de Benedicto XVI haciéndole la rosca al Papa Francisco porque cree que es de su cuerda. Pero, si la religión todavía sigue importando entre nosotros, aunque no queramos reconocerlo, mucho más lo hace en otros lugares.

Parte del conflicto entre Rusia y Ucrania es religioso. La iglesia ortodoxa ucraniana dependió siempre del patriarcado de Moscú. A raíz de la anexión de Crimea y el conflicto del Dombás y de que Cirilo I apoyara a Putin, ambas iglesias se separaron con las bendiciones del patriarca de Constantinopla, máxima autoridad de la iglesia ortodoxa. A partir de ahí, las parroquias ucranianas decidieron de qué patriarcado dependerían y, aunque muchas optaron por el nuevo patriarcado de Kiev, otras siguieron siendo leales a Moscú, por inercia, por convicción o por rusofilia. Estas comunidades son vistas con recelo por las autoridades civiles de Kiev y se han llevado a cabo redadas en parroquias dependientes de Moscú por sospechas de colaboracionismo. Esta supuesta lealtad de muchos ucranianos al patriarcado de Moscú es uno de los factores que hizo creer al Kremlin que la invasión del 24 de febrero pasado sería un paseo militar.

Ha ocurrido lo contrario. Cada vez son menos los ucranianos ortodoxos que quieren seguir dependiendo de Moscú. Muchos de ellos han preferido celebrar la Navidad conforme al calendario gregoriano en vez del día fijado por el Juliano, que es el que sigue la iglesia ortodoxa, por hacer las cosas al revés que los rusos. La idea de Putin de decretar un alto el fuego unilateral de 36 horas para el día de la Navidad ortodoxa (7 de enero de nuestro calendario) no es una concesión a la fe de la mayoría de quienes combaten a ambos lados de las trincheras. Mucho menos es consecuencia del sometimiento a un ruego de Cirilo, que en lo que se refiere a la guerra de Ucrania hace y dice sólo lo que Putin quiere. Es una manera de enseñarle a los ucranianos, especialmente a los ortodoxos que son la mayoría, lo bien que podrían vivir sin ser constantemente bombardeados por los obuses y misiles rusos. No es en absoluto casualidad que dos días antes se haya comunicado a la prensa el contenido de una conversación en la que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, pidió a Putin un alto el fuego unilateral, no a cuenta de la Navidad, algo impensable en un musulmán islamista, sino como prolegómeno a unas conversaciones de paz. Putin se apresuró a contestar que él estaba dispuesto a negociar siempre que Zelenski tuviera "en cuenta las nuevas realidades territoriales" de su país. O sea, que Kiev reconociera la cesión de Crimea y de las cuatro provincias del Este de Ucrania anexionadas por Moscú que el ejército ruso ni siquiera ocupa por completo. ¡Aquel trueno!, vestido de nazareno.

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