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El final triste de Barcelona

Los viejos pobladores del lugar, poco a poco, sin hacer mucho ruido, muy discretamente, nos vamos marchando con la música a otra parte.

Los viejos pobladores del lugar, poco a poco, sin hacer mucho ruido, muy discretamente, nos vamos marchando con la música a otra parte.
Aumenta la delincuencia en Barcelona | Efe

A efectos administrativos, yo todavía soy barcelonés. Aunque empieza a hacer mucho tiempo ya desde que no ejerzo. De hecho, vivo habitualmente en la otra punta de España y solo me acerco allí de tanto en tanto para recoger el correo atrasado y, de paso, cerciorarme de que todavía no han okupado mi casa, una posibilidad bien real que en absoluto convierten en descartable los tres cerrojos que en su momento mandé instalar en su puerta blindada. Una vez consumados esos dos objetivos, procuro no demorar más de lo necesario mi marcha hasta la siguiente visita de inspección. Pero, no obstante esa brevedad que de modo voluntario imprimo a mis estancias, siempre hay habituales del barrio que me reconocen por la calle y me saludan.

Por ejemplo, los tres mendigos que llevan varios años durmiendo sobre cartones a unos cincuenta metros de mi edificio. Son gente pacífica, magrebíes de una edad intuyo que más o menos próxima a la mía, y que matan el tedio cotidiano de su existencia sentados en el borde de la acera, sin otra actividad que la de contemplar en silencio a los viandantes. Un poco más allá del puesto de observación de mis vecinos, a escasos 150 metros de sus cartones y de mi domicilio oficial, una promotora inmobiliaria de postín acaba de terminar la obra de un gran edificio de arquitectura vanguardista destinado, según informó en su día la prensa local, al alquiler de pequeños apartamentos de lujo para nómadas digitales.

Por curiosidad, la semana pasada busqué en el portal Idealista los precios del arriendo. Un pisito de una habitación y 50 metros, 3.700 euros al mes; si es de dos habitaciones y 70 metros, 4.300 euros. Dicen que Colau trajo a los primeros y Maragall (el otro) a los segundos, pero eso me parece lo de menos. Gentrificación y marginalidad, ambas foráneas y desarraigadas, compartiendo un mismo espacio urbano en abigarrada promiscuidad mientras que los viejos pobladores del lugar, poco a poco, sin hacer mucho ruido, muy discretamente, nos vamos marchando con la música a otra parte. Eso es ahora mismo Barcelona. Triste final.

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