
Tanto en el mundo de la publicidad como en el de la política algunos mensajes se transmiten "por etapas", en forma de sucesivas declaraciones o proclamas; las primeras pueden ser demasiado fuertes, pero poco a poco la sensibilidad del receptor se va embotando y, al final, se traga suavemente el caramelo envenenado.
No se trata de un hallazgo ultramoderno; ya nos cantaba Don Hilarión, el viejo boticario de La verbena de la Paloma aquello de "el aceite de ricino ya no es malo de tomar, se administra en pildoritas y el efecto es siempre igual, igual, igual". Hoy, para los políticos que nos gobiernan por decreto fulminante, las coplas de Don Hilarión siguen en plena vigencia.
Como sucedía en tiempos de revoluciones bananeras decimonónicas en las que los pistoleros sobraban cuando se habían conseguido los objetivos y se pasaba a adoptar imágenes de moderación, los portavoces de declaraciones sorprendentes y pioneras en torno a temas de ideología extrema se retiran a un segundo plano donde reinan la comodidad y el confort, en espera de que lo que en su momento declararon resulte desbordado por las pildoritas que sus sucesores suministren después, por supuesto progresivamente.
La confusión entre propiedad y patria potestad en relación con los hijos, que sembró en su momento la entonces ministra Sra. Celaá fue la pildorita previa que dispersó los lodos engendradores del cieno que en este momento nos embarra y emponzoña.
"Los hijos no son de los padres", dijo en su momento la ministra en rueda de prensa. ¿Recuerdan?
Todos los asistentes consiguieron reprimir el vómito y se tomaron dulcemente una peligrosísima pildorita que encerraba la siembra de la confusión entre los conceptos de propiedad y patria potestad. Después vino lo que vino: la exclusión de los padres en su derecho y obligación de tutelar a sus hijos inmaduros en temas tan importantes como la defensa de su salud y su vida.
Hablamos de aborto de niñas sin consentimiento paterno y de tratamientos de cambios de sexo en similares condiciones. Parece verdaderamente increíble que tales píldoras hayan sido socialmente ingeridas, si bien en muchos casos con cara de asco, pero una vez más ha funcionado el sistema de inoculación progresiva, prácticamente homeopático.
A la explosiva declaración de la entonces ministra de Educación siguieron las Leyes reguladoras de las prácticas abortivas y las de hormonación y cirugía de adolescentes sin que los padres sean ni siquiera informados. Antes de retirarse (o ser retirada) la Sra. Celaá a sus mansiones bilbaínas, la disparatada confusión que había sembrado ya había hecho sus efectos.
La supresión de la patria potestad en caso de actuaciones médicas sobre adolescentes inmaduros, con consecuencias irreversibles, y en su caso mortales, es algo gravísimo que no solo afecta a los padres o tutores legales, sino también y muy especialmente a dichas criaturas.
Porque la patria potestad no es solo el derecho y la obligación de los padres a aconsejar a sus hijos cuando no han alcanzado la edad madura, sino también el derecho de estos últimos a recibir tan vital asesoramiento. Ya sabemos que los hijos no son propiedad de nadie, pero nadie puede negarles derechos tan inalienables como el de acogerse a la protección de la patria potestad.
A pesar de los notables avances de le medicina y especialmente de la cirugía no cabe duda de que la práctica de un aborto implica riesgos, en algunos casos, afortunadamente mínimos, en que se pone en riesgo la propia vida de la paciente. En cuanto a los tratamientos hormonales en organismos inmaduros o la cirugía de cambio de sexo, los riesgos posteriores son evidentes.
Diferentes estamentos médicos vienen mostrando su oposición a que los padres no sean informados de manera obligatoria sobre temas que afecten al ejercicio de su derecho a la patria potestad. Son también incesantes las voces que claman por el derecho de los adolescentes a contar con la ayuda de sus mayores a la hora de tomar decisiones de importancia vital, como la de orientarles sobre riesgos o los que implican las cuestiones abortivas o los tratamientos transexuales.
Es obligado abordar una cuestión particularmente escabrosa: ¿qué ocurrirá si se producen fallos médicos o quirúrgicos de consecuencias irreversibles sobre una criatura cuyos padres ignoraban la práctica a que se había sometido?
¿Quién tendría valor para afrontar la ira y la desesperación de los infelices progenitores?
Desde luego las consecuencias no serán afrontadas por los ideólogos del absurdo, que seguramente estarán ocultos y blindados. Las Leyes disuasivas de la patria potestad serán indudablemente derogadas cuando los votantes reaccionen, aunque seguramente lo harán tras sucesiones de duelos irreparables. Así viene sucediendo en países tradicionalmente "progres", que han tenido que rendirse ante las oleadas de suicidios de jóvenes cuyas disforias sexuales han sido mal aconsejadas y tratadas, o sus prisas abortivas conducidas de manera imprudente.
Es mucho, posiblemente demasiado, lo que nos estamos jugando al ingerir poco a poco pildoritas envenenadas.
Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales
