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Pedro de Tena

La España atónita

Arrastrada a participar pasivamente en el desgarro nacional producido por una caricatura "sangrienta, degradada y totalitaria de la democracia".

Arrastrada a participar pasivamente en el desgarro nacional producido por una caricatura "sangrienta, degradada y totalitaria de la democracia".
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (de espaldas), interviene durante la sesión de control celebrada, este miércoles, en el Congreso de los Diputados. | EFE

Por vez primera, en un largo tiempo dedicado al periodismo, me he quedado paralizado. Intelectualmente, moralmente, paralizado, hasta tal punto que sólo bien entrado este domingo he sabido qué escribir. Cuando he reparado en las causas de esta extraña apoplejía, me he percibido como una persona más de las muchas pertenecientes a una España atónita. Esta España no es de izquierdas, ni de derechas, ni de centro de la nada o de todo. Es una España desconcertada por el asombro que siente ante la imposibilidad de ayudar a construirse como una patria común, por la parálisis que sufre ante la intuición de que su percepción sobre la agonía de la España de 1978 no es compartida por muchos y por el pesimismo que la invade al no disponer de medios ni de estrategias que la ayuden a salir de esta enfermedad nacional.

Por reducir a una semana el período de mi pasmo, no tengo más remedio que referirme a la gran manifestación de Cibeles –que hasta el nombre ha sido discutido: si manifestación o concentración o encuentro o yo qué sé—, donde nos juntamos centenares de miles de personas a las que se despachó con la lectura de un manifiesto, con ausencia del principal líder de la oposición, señor Feijóo, sin las personas relevantes de la sociedad civil en su escenario y con el desbarajuste de una organización que dejó en el limbo, sin respeto alguno, a los participantes.

El martes, 24 de enero, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso fue acosada y escrachada en la Universidad Complutense —una Universidad no una pocilga, oigan—, por una minoría de fanáticos que llegaron a llamarla "asesina", en un acto en el que se homenajeaba a alumnos ilustres de la entidad. En un Madrid al que la ETA y otros desconocidos autores fácilmente reconocibles han asesinado a centenares de personas, la palabra "asesina" es arrojada sobre la "pepera" Díaz Ayuso. Qué infamia.

A mitad de semana, asistimos con estupefacción al asesinato del sacristán de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma de Algeciras a manos del terrorista islámico e inmigrante ilegal, Yasin Kanza, que debió haber sido expulsado de España hace muchos meses. Cuatro heridos, uno grave, además del pobre acuchillado Rodrigo Valencia, han asistido a este carnaval de mentiras y falsificaciones. Una ministra de Pedro Sánchez, Ione Belarra, llama "miserable" a Santiago Abascal por llamar terrorista al terrorista y le acusa de sembrar el odio. Pero al terrorista Kanza, no, a ese no. Para el PSOE y el PP en máximos niveles, el pobre sacristán es un "fallecido", no un asesinado. Y el ministro Marlaska no dimite.

Al final de la semana, nos encontramos con que se vuelve a poner sobre la mesa el desentierro de José Antonio Primo de Rivera de su tumba del Valle de Los Caídos, donde nunca pidió estar, y se estudia la ilegalización de la Fundación Francisco Franco mientras se sigue regando de dinero y prebendas a las Fundaciones Largo Caballero y otras muchas de tal cuerda. Si hubo alguien que buscó, quiso y consiguió llevar a España a la Guerra Civil fue Largo Caballero tras perpetrar un golpe de Estado armado contra la II República en octubre de 1934. Pero este gobierno maleficia a quien, como Primo de Rivera, fue objeto de un asesinato político-judicial o a una Fundación que debe tener derecho a existir en un país libre (donde los etarras se ríen de sus víctimas), y beneficia a los golpistas de 1934, a los golpistas de 2017 y todo tipo de antidemócratas comunistas. El doble rasero es ya insoportable.

En una colección de romances históricos recopilados por Boccherini y otros en 1873, se refiere uno de ellos al Bailén de 1808, cuando España se advierte atónita ante jefes arrogantes, próceres de nota y semidioses baratos. Se ha escrito que, además de las Españas de la Guerra Civil, hubo una tercera, la España atónita, arrastrada a participar pasivamente en el desgarro nacional producido por una caricatura "sangrienta, degradada y totalitaria de la democracia" que fue una II República, que ahora se ensalza, por Ley, para tapar a sus crímenes y a sus criminales.

Sí, me siento un miembro más de esta España atónita e indefensa que se ve conducida a un nuevo desastre y que no tiene capacidad alguna para reaccionar. Ni se llama a las cosas por su nombre (ni la Iglesia lo hace, ella que ve cómo tiene 3.000 cristianos asesinados al año en el mundo), ni se quiere dialogar para sentar las bases de la convivencia pacífica. No, no. Se trata de eliminar al otro, de exterminarlo, como antes, como siempre. Estoy atónito ante la tragedia de comprobar lo poco que una guerra civil terrible ha enseñado a algunos.

Quisiera reaccionar ante esta locura que crece sin temor a que me llamen reaccionario. Soy reacio a que se desbarate la Constitución de 1978. Estoy contra los reactivos que quieren desencadenar su disolución. Soy un reaccionante aún estupefacto ante la magnitud del desastre que se ha incubado en España y, si he de ser reaccionario, lo soy bajo la consideración del gran filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila. No estoy a la derecha de la izquierda ni a la derecha de su derecha. Estoy enfrente de ambas. No quiero para los españoles esta farsa de democracia que nos está dejando atónitos.

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