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Itxu Díaz

Joe Biden, de zombie a censor

Un sencillo vistazo a los informes filtrados desvela que para ellos "la desinformación" es cualquier artículo crítico con la izquierda o con Biden.

Un sencillo vistazo a los informes filtrados desvela que para ellos "la desinformación" es cualquier artículo crítico con la izquierda o con Biden.
El presidente de EEUU, Joe Biden | EFE

Estados Unidos fue una vez la tierra de la libertad de prensa. Ya no lo es. Washington Examiner acaba de destapar el mayor escándalo periodístico del siglo XXI y apuesto a que no has leído ni una palabra sobre el asunto en la prensa europea. La Administración de Biden ha estado pagando un dineral a una "organización sin ánimo de lucro" (inserte aquí sus risas) para que elabore en secreto "listas negras" de "periódicos peligrosos" y para que disuada a todos sus anunciantes de seguir financiándolos. En sus informes figuran pantallazos de periódicos conservadores en los que se subrayan anuncios de Amazon y otras compañías, acompañados de la correspondiente denuncia de que esas multinacionales están financiando fascismo, misoginia, racismo, contaminación, y cosas así. Es todo tan poco sutil que, a su lado, lo del Barcelona con los árbitros es todo un ejemplo de ética profesional y fair play.

La organización se llama Global Desinformation Index (GDI) y no han podido ser más sinceros con el nombre. Sita en Reino Unido, está afiliada a otras dos sociedades americanas que reciben fondos públicos, y cuenta con una misteriosa propiedad óptica: no es capaz de detectar la desinformación en la basura amarillista de los tabloides que tiene frente a sus narices, pero sí en las lejanísimas revistas conservadoras de los Estados Unidos. Casualidades: uno de los principales financiadores del GDI es George Soros, perejil de todas las salsas envenenadas, y ahora célebre columnista de El País, donde nos regala su rosario de apocalipsis y la lunática actualización de sus propias profecías incumplidas.

Dice el GDI que su propósito es "erradicar la desinformación". Un sencillo vistazo a los informes filtrados desvela qué es para ellos "la desinformación": cualquier noticia o artículo de opinión crítico con la izquierda o con Biden. El plan que ni siquiera se preocupan por ocultar es asfixiar económicamente a estos medios mediante la presión a las plataformas publicitarias y a los propios anunciantes. Está feo insinuar que parece diseñado por la mafia.

Como toda la prensa conservadora llevó el escándalo a primera plana esta semana, algunas compañías que trabajaban con el GDI como Microsoft han anunciado la suspensión del servicio. Pero la mayoría a esta hora guarda silencio, mientras los medios conservadores comprueban que no pocos de los anunciantes que fueron acusados de estar cooperando con "la desinformación" en los informes secretos de GDI retiraron su publicidad; que todo plan malvado necesita la cooperación de los medrosos corporativos. Si no han logrado arruinar a toda la prensa combativa es porque la mayoría lo vieron venir, y revistas como The American Spectator o National Review hace tiempo que viven de sus propios suscriptores.

Parece un chiste. El GDI elabora una lista con los diez periódicos "menos peligrosos" y, con excepción de Wall Street Journal, todos son de izquierda o de extrema izquierda. Y una lista con los "más peligrosos" y todos son conservadores. Algunos de ellos, que conozco bien porque tengo el privilegio de escribir semanalmente allí, son medios legendarios de sobrado prestigio como The American Spectator o The American Conservative, mientras que cabeceras generalistas como New York Post o revistas libertarias de acreditada independencia como Reason tampoco se han librado del ranking inquisidor.

El pretexto de las "fake news" es la manera en que la izquierda promueve su propia desinformación. Tampoco sorprende en España, donde varias de esas organizaciones que se venden como "neutrales" son tan "neutrales" como yo en un Real Madrid-Barça. El escándalo es que esté financiado con dinero público, y la novedad más gore es que el método sea coaccionar a los anunciantes. Dicho de modo que lo pueda entender hasta, no sé, Alberto Garzón: Biden está utilizando pasta de los americanos para cerrar la prensa que le critica.

La vieja reflexión de Reagan es más necesaria que nunca: "La libertad nunca está a más de una generación de la extinción. No se la transmitimos a nuestros hijos en el torrente sanguíneo. Se debe luchar, proteger y transmitir para que ellos hagan lo mismo, o un día pasaremos nuestros últimos años contándoles a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos cómo hubo un tiempo en que, en los Estados Unidos, los hombres eran libres".

Como decía ayer Jeffrey Blehar en National Review, "hoy tuvimos suerte porque Examiner hizo su trabajo", pero es posible que mañana nadie lo haga, o que sus denuncias sean ignoradas: "porque nosotros, como conservadores, no participaremos más en la conversación mediática en igualdad de condiciones". Es así. Si esta historia tiene un divertido parecido con el escándalo del Barcelona y con las telenovelas de sobremesa de los 90 es que, pase lo que pase, la confianza se ha quebrado para siempre.

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