
Pedro Sánchez encarna todo lo malo que se puede ser en política: ampara la corrupción (borrado de las visitas en las Cortes al tito Berni); viola la separación de poderes (control del Tribunal Constitucional); abusa del control de los medios públicos de comunicación (entrega TVE a una dócil socialista); despilfarra el dinero público (uso y abuso del Falcon); invade las competencias de las Comunidades Autónomas (las fiscales en Madrid y las medioambientales en Andalucía); defiende a los delincuentes (especialmente a los golpistas catalanes, pero también a los violadores); pone a su servicio instituciones de todos (las encuestas del CIS se hacen para influir electoralmente en su beneficio); y así podría seguirse durante varios artículos. Todo esto viene aderezado con una alta dosis de incompetencia, que es especialmente apreciable en el desahogado modo con el que se hacen las leyes tras rodearse de una pléyade de personal al que le falta la mínima formación para ocupar un alto cargo (como Iceta o Yolanda Díaz, por citar sólo dos casos) o que es directamente lerda (como pasa con Patxi López o Félix Bolaños, aunque hay muchos más).
De forma que es a todas luces evidente que Pedro Sánchez es engreído, autoritario, corto de luces, vengativo, rencoroso, maleducado, gorrón, campanudo, sobrado y pomposo como nadie. Sin embargo, es notable que, cuando ya creíamos conocer el rosario de defectos que adornan la personalidad de nuestro presidente, todavía sea capaz de ir un paso más allá. Mal está que amenace con la legalidad vigente a una empresa privada que en el ejercicio de la supuesta libertad que las leyes españolas le reconocen decide trasladar su sede al extranjero. Mal está que demuestre con ello que la actual legislación fiscal española deja a la Agencia Tributaria un amplio margen de arbitrariedad con la que el Gobierno premia a los dóciles y castiga a los díscolos. Mal está que señale con nombres y apellidos al directivo de la empresa responsable de impulsar la decisión. Mal está que recurra a métodos propios de la Camorra, la Mafia, la Cosa Nostra y la Ndrangheta para evitar que el traslado se consuma. Y todo para evitar que se transmita la imagen de algo que de todas formas todo el mundo sabe, que esto es un infierno fiscal y que aquí la manera más fácil de tener éxito empresarial es darle coba la Gobierno, que es lo que hacen los grandes medios de comunicación y las grandes productoras de cine. Que aquí, todos los Gobiernos llevan años minando el ordenamiento jurídico para poder ellos obrar cada vez con mayor discrecionalidad, da igual que sea nombrando jueces o haciendo inspecciones fiscales. Que aquí el imperio de la ley, la independencia judicial y el Estado de derecho se encuentran en estado de sitio. Aunque Sánchez hubiera logrado impedir que Ferrovial se fuera, nunca habría podido evitar que todos sepamos por qué quiere irse. Y encima, además de poner en evidencia la pavorosa situación que en España padecemos, va y hace el ridículo demostrándose incapaz, a pesar de todos sus esfuerzos, legales e ilegales, de frenar la huida de la compañía. Como decía Tarradellas, lo peor en política es hacer el ridículo. Sánchez es malo como pocos. Y encima, un botarate.
