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El victimismo de Laporta confirma que el Barça merece una sanción ejemplar

El mero hecho de que existan esos pagos debe ser motivo suficiente para que las autoridades deportivas apliquen un castigo contundente.

La comparecencia del presidente del Fútbol Club Barcelona, organizada en el día de ayer para tratar de aclarar el escándalo de los pagos realizados durante más de dos décadas al vicepresidente de los árbitros españoles, se convirtió en una ópera bufa en la que el mandatario del club azulgrana volvió a hacer gala del victimismo ridículo que ha caracterizado siempre al club catalán, sugiriendo que la culpa de la corrupción del Barcelona la tiene, quién si no, el Real Madrid.

Laporta compareció acompañado de varias cajas con documentación elaborada por el hijo de Enríquez Negreira durante años, que justificarían, en opinión del presidente culé, la contratación de su padre. Ni una palabra de las supuestas contraprestaciones entregadas por el vicepresidente de los árbitros para justificar los casi ocho millones de euros recibidos durante los años que ejerció como mandamás del arbitraje español, parte de los cuales coincidieron con el primer mandato de Laporta al frente del club. Según el actual presidente, los documentos elaborados durante su anterior etapa en la presidencia se destruyeron. Existieran o no, Joan Laporta se beneficia del hecho de que, en todo caso, los delitos habrían prescrito dado el tiempo transcurrido, única razón por la que él mismo no aparece encausado en la investigación abierta por la fiscalía.

Laporta aseguró ayer insistentemente que todos los pagos se realizaban a cambio de la prestación de unos servicios que "están documentados" porque "había unas facturas. Unos pagos vía transferencia bancaria y registrados, y habían pasado las revisiones fiscales pertinentes". Para el presidente azulgrana: "Queda claro que con la existencia de estos servicios no había ningún delito de corrupción deportiva" y que el escándalo que sacude al club, con serias implicaciones en el ámbito internacional, es una especie de venganza de los enemigos jurados de la institución que preside, porque no soportan "el catalanismo abierto al mundo" que distingue al club azulgrana.

En realidad, la justificación documental de los servicios contratados a Enríquez Negreira es un aspecto irrelevante en esta cuestión, puesto que lo que se dirime aquí no es si los pagos al vicepresidente de los árbitros se facturaron de manera correcta o no. Lo sustancial aquí es que el F.C. Barcelona estuvo abonando durante décadas millones de euros a un jerarca del arbitraje, de cuya voluntad dependía en gran medida el futuro profesional de los colegiados que arbitraban al Barça. Y eso no hay manera de justificarlo, porque el mero hecho de que existan esos pagos debe ser motivo suficiente para que las autoridades deportivas apliquen un castigo contundente, como ha ocurrido en otros países cuando se han dado casos similares de corrupción deportiva.

El victimismo de Joan Laporta no engaña más que a sus fieles más cerriles, a los que pretende seguir convenciendo de que las corruptelas de su equipo son un ataque de las instituciones españolas comandadas por el Real Madrid. La ridiculez del argumento se puso ayer nuevamente de manifiesto en todo su esplendor, a lo largo de una comparecencia pública que sirvió, únicamente, para confirmar las dimensiones de un escándalo que debe ser castigado con una sanción ejemplar.

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