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Lady Olla Ida, Yolandilla

Alguien con la olla distraída tiene poco futuro como matona eficaz.

Alguien con la olla distraída tiene poco futuro como matona eficaz.
Yolanda Díaz, en rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros. | EFE

Lo de Lady, sí, lo he dejado en el título. El que iba a encabezar este artículo hasta que caí en la cuenta, iba a ser Lady Killer, una canción, un personaje de cómic y de cine y otras cosas. En unos casos, los que nos interesan, se trata de una señora aparentemente normal pero asesina a gogó en sus horas libres. Cierto que el pensador y poeta español George Santayana le colocó un guion divisorio y lo transmutó en Paris, el lady-killer troyano. Pero no. Enseguida reparé en que, si bien esta señora a la que me refiero, la vicepresidenta del gobierno Yolanda Díaz, fue en su tierra natal una killer de cuidado en la izquierda gallega ya minada por el nacionalismo, no cuadraba con lo de Lady.

¿Cómo llamar Lady, un tratamiento vinculado a la monarquía, a quien en 2014 se lamentaba de no haber podido guillotinar a un Rey siendo diputada gallega? ¿Cómo tratarla de tal guisa cuando la hemos visto desear la pronta recuperación del "gorila rojo" Chávez cuando enfermó? ¿Cómo llamar "señora" de alto copete a quien no aclara cómo es que la pederastia fue silenciada por ella misma en el patio de su casa política o cómo hacerlo, si fue uno de los apoyos de la famosa Oltra, la Oltra, que amparó otros abusos sobre una menor? Incluso, ¿cómo seguir considerándola de ese modo cuando su mentor y designador, el turulato Iglesias de Galapagar, llama "ensalada de hostias" a su confesión entrevistada? (Es más, es que acaba de llamar dictador al rey Mohamed VI, el beneficiario de la política socialista en el Sahara).

Ya no podía llamarla Lady en serio así que alteré el titular para introducir algo de guasa para su distinción. Cada vez que la he escuchado, incluso cuando se hizo la "mari" limpiadora de cristales mientras le comunicaban su nombramiento de ministra y vicepresidenta, nunca la he entendido bien. Me pareció que, en casi todas sus intervenciones, se lía como un trompo, que no tiene un solo concepto ajustado a significado reglado y que se le traba el cerebro en la lengua explicando lo obvio con tenebridades. Recuerden su "Los ERTE no son parados", sólo comparable a la definición de restaurante que nos endiñó Begoña Gómez.

Lo que sí había que eliminar del todo era lo de killer, no porque le falten ganas de ejercer, sino porque es más probable que se haya ido la olla y alguien con la olla distraída tiene poco futuro como matona eficaz. Una killer que se precie detalla, precisa, planea minuciosamente, domina los tiempos, cuida los mimbres. Pero, si es que está en su juicio, cosa que en la izquierda hacia el PSOE y hacia Podemos ya dudan, acaba de cometer un error garrafal: dar al machista Sánchez la oportunidad de laminar a la vez a sus falsas izquierdas mujeriles, la suya, la propia de Díaz a la que beatificó y la de las Belarra-Montero, léase Iglesias, a las que desea infernar. Y si no lo está, debe darse una vuelta por algún consultorio para que le explique el efecto ascensor cuando se está sumergida en la nada, nadita, nadea política. ¿Que cuál es? Pues que la nada se ve, sale a la luz, se evidencia. Y su nada, que es densa, brilla, resplandece, reluce.

En la literatura negra, cuando a alguien se le va la olla (o pierde la cabeza, como destaca el María Moliner), le prende fuego a una casa (propio de Mary Higgins), coge una escopeta y descarga cartuchos sobre alguien, le pega a un desgraciado en las costillas e incluso en el cielo de la boca, de ser un listo implacable se muta en perdedor ejemplar o mata a martillazos a pareja y amante cuando descubre la cornada (Cercas) o salta de la poesía a la olla perdida de Lacan (Silva) y así se sigue sucesivamente. Incluso cuenta Pérez-Reverte que a un militar español se le fue la olla e intentó volar el parador nacional de El Aaiún, en 1975, cuando los marroquíes entraron en el Sáhara, y cepillarse al estado mayor del general Dlimi.

Es decir, cuando a alguien con talla se le va la olla, se pone a hacer la puñeta a todo lo que se mueve. Lo que no hace una killer, ni siquiera con una diarrea mental irrefrenable, es ponerse a hacer favores a diestro (Sánchez) y a siniestro (Iglesias). Lo que no hace es reventar la operación de los genios de La Moncloa que quieren seguir gobernando pero más con una killer, que creían que era ella, perita en traiciones y deslealtades, y menos con el dueto podemita cuya olla también está en entredicho por su incompetencia autoritaria.

En conclusión, que no, que Yolanda Díaz no es la Lady Killer que se esperaba. Más bien es Lady Olla Ida que, retorcido poéticamente, deriva en La Yollandilla, y de ahí, Yolandilla, porque así va a placer a quien quiso que dejara de bruñir cristales y a quien dictó que fuera la Lady Roja del gran Lord que sigue pudiendo. Ella gritará que no, que no se le ha ido la olla, pero el tratamiento de shock al que la someterán los celadores que han aprendido del pérfido Évole, la va a dejar con los papeles perdíos forever.

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