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Pablo Planas

El TC de Cándido y el Farsa de Plaja

Hace treinta años que un dirigente de la administración autonómica catalana no se felicitaba ni en público ni de esa manera por una decisión del TC.

Hace treinta años que un dirigente de la administración autonómica catalana no se felicitaba ni en público ni de esa manera por una decisión del TC.
El consejero de Educación catalán, Josep Gonzàlez-Cambray. | Europa Press

Con todo ese follón del Farsa ha pasado un tanto desapercibida una noticia de gran calado. El consejero de Enseñanza de la Generalidad catalana, Josep Gonzàlez-Cambray, de ERC, se ha felicitado por la resolución del Tribunal Constitucional que avala la ley Celaá, el bodrio de norma educativa excretado por el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Según la atenta lectura del consejero que lideró el acoso a la familia de Canet que pidió algo de español en la escuela, el órgano de garantías que preside Cándido Conde-Pumpido le ha dado la razón en lo relativo a que no se apliquen porcentajes en el aprendizaje de las lenguas. Por lo menos hace treinta años que un dirigente de la administración autonómica catalana no se felicitaba ni en público ni de esa manera por una decisión del TC. Señal de que el proceso o procés, ahora liderado por Pedro Sánchez, va por muy buen camino con el concurso del presidente y los magistrados llamados progresistas del mencionado tribunal.

Según Gonzàlez-Cambray, conocido por sus esfuerzos para erradicar el español de las escuelas públicas y concertadas, el Constitucional avala, ampara y anima a la Generalidad en sus prácticas totalitarias y en haberse pasado por debajo del arco del triunfo todas las sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) y del Tribunal Supremo sobre un mínimo porcentaje de enseñanza del y en español en eso que llaman "escola catalana". Y no lo dice un cualquiera. El consejero es uno de los más firmes detractores de todo lo relativo a España en Cataluña, un independentista de piedra picada y acento grave en el apellido, un estajanovista de la discriminación del castellano y un comisario de hierro que obliga a los profesores a firmar por escrito que sólo impartirán sus enseñanzas en catalán. En definitiva, la pieza clave en este momento de la "formació" del espíritu "nacional" catalán.

Mientras tanto, la portavoz del Govern, doña Patrícia Plaja, ha dejado meridianamente claro que la Generalidad y el club azulgrana son la misma cosa, en virtud de lo cual ella ejerce indistintamente de vocera de ambos entes. Al tiempo, los "intelectuales" culés creen haber hallado un argumento irrebatible para negar que el club de sus amores fuera uno de los equipos bendecidos y favorecidos por el franquismo. Dicen que no se les puede acusar de franquistas y de separatistas, que una cosa u otra, pero que las dos es imposible. Pero, hombre, cómo va a ser eso imposible. Miren los casos de Pere Aragonès, Marta Rovira o Carles Puigdemont. Sus abuelos fueron franquistas y ellos militan en el independentismo, que es el régimen actual de Cataluña y el que sostiene a Pedro Sánchez junto al amigo Mohamed.

El Farsa fue el equipo del régimen y sigue siendo el equipo del régimen, como estableció de forma palmaria la señora Plaja en una intervención entre patética y bochornosa que pone en entredicho sus artísticas facultades para el desempeño de la portavocía gubernativa. Pero eso no es todo. El tuétano de la cuestión es que el Farsa de Gaspart, de Laporta, de Rosell, de Bartomeu y otra vez de Laporta tuvo a sueldo al vicepresidente de los árbitros y le pagó una morterada. Y la prueba de que el Farsa es el equipo del régimen es que no ha sido enviado directamente a las catacumbas del fútbol español, donde tendría que empezar de cero mientras el Camp Nou es demolido para construir vivienda social, que tanta falta hace en Barcelona.

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