En parte por misantropía, en parte para acceder al lujo supremo y exclusivo que ahora es el silencio, suelo pasar la mayor parte del año en un pueblo costero de eso que llaman la España vaciada. Así, mi paisaje cotidiano acostumbra a estar formado por decenas de casas cerradas. Y sin embargo, en el pequeño paraíso donde yo habito resulta prácticamente imposible alquilar una vivienda. Las casas permanecen vacías casi todo el tiempo, sí, pero no hay oferta. La razón de esa paradoja aparente reside en que los propietarios prefieren ceder sus inmuebles a familias de turistas madrileños durante los dos meses del verano, julio y agosto, en lugar de arrendarlos el año entero, sometiéndose de paso a las muchas ataduras jurídicas propias de los contratos convencionales, a posibles inquilinos de la zona.
El resultado de ese hábito mercantil colectivo remite a otra paradoja aparente: un paraje con cierto aire de pueblo fantasma en el que, sin embargo, una parte muy considerable de sus habitantes posee la condición de rentista inmobiliario. En mi pueblo lleno de pisos vacíos gana siempre las municipales el PP con una mayoría ofensiva. Pero en el municipio de al lado, la isla de Arousa, que posee tantos o incluso más inmuebles vacíos que el mío, el que gana siempre por diez a cero es el PSOE. Y es que, tanto PP como PSOE, resultan ser partidos cuya clientela mayoritaria está formada por propietarios de cemento. En puridad, PP y PSOE constituyen las dos ramas del gran partido del cemento español.
Y el presidente del Gobierno lo sabe mejor que nadie. De ahí que haya tenido la astucia pícara de dejar un coladero del tamaño de la Vía Láctea para los arriendos temporales en la nueva ley, modalidad contractual específica que libera de todo tipo de trabas y compromisos al casero. Dese el lector una vuelta por el portal Idealista y comprobará con sus propios ojos que la mayoría de los anuncios de viviendas ya se ofrecen a sus eventuales clientes bajo la exclusiva forma de ese tipo de contratos, los de alquiler temporal por menos de doce meses. Sánchez le ha hecho el timo de la estampita inmobiliaria a Podemos.