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Armas o urnas, el falso dilema con ETA

Decir que el objetivo era persuadir a ETA de que se integrase en la competición democrática es peor que una idiotez: es una perversión de los hechos.

Decir que el objetivo era persuadir a ETA de que se integrase en la competición democrática es peor que una idiotez: es una perversión de los hechos.
José Luis Rodríguez Zapatero. | Europa Press

Ha tenido que ser el expresidente Zapatero el que volviera a poner en circulación una de esas solemnes boberías que desfilan orgullosas como preceptos evidentes de la ciencia democrática. Lo que dijo y ha tenido notoriedad es que a los de ETA se les hizo saber que "si dejaban el terror, tendrían juego en las instituciones" y que ésa era una "promesa democrática" que había que mantener. En consecuencia, y es la consecuencia que se desea justificar, hay que celebrar que los que antes fueron terroristas se presenten a las elecciones, entren en las instituciones, aprueben leyes del Gobierno y sean aliados preferentes de Sánchez.

La bobería, que no por boba es inocente, tiene múltiples versiones. La de ZP, por ser quién es, es como es. Pero en todas sus formulaciones lo que se plantea es que el gran objetivo de la política democrática, durante todos los años en que ETA se dedicó a matar, era conseguir que dejaran las armas y fueran a las urnas. La democracia es inclusiva, subrayan los paladines de la vacuidad, para darle un barniz intelectual. Conseguida la inclusión de los terroristas, lograda la proeza de que dejaran de matar para presentarse a concejales y diputados, sólo quedaría aplaudir con las orejas y agradecerles a Zapatero, por supuesto, y a Otegi, en especial, este cese y cambio de actividad. Y luz verde para pactar.

Establecer que el objetivo era persuadir a ETA de que se integrase en la competición democrática es algo peor que una idiotez: es una perversión de los hechos. Los terroristas ya sabían que podían hacerlo. Y en los años que tuvieron un brazo político legal, que fueron demasiados, compaginaron el asesinato con presentarse a elecciones. No es que a los de ETA hubiera que enseñarles, como a niños ignorantes, que había una democracia. Lo sabían tan bien que cuando más mataron y atentaron fue en democracia. Nunca quisieron dejar de matar hasta que en su momento de mayor debilidad, que llegó por obra de la labor sacrificada de las fuerzas policiales, buscaron a quienes antes de la extinción, les concedieran algún beneficio político.

Ahora que Bildu presenta a candidatos con historial terrorista, salen los típicos ingenuos aparentes a decir, en otra versión de la bobada, que es preferible que vayan en las listas a que estén pegando tiros. Vaya con el dilema. Y lo que entraña. Cuánto hay que rebajar el listón. Pero la preferencia indudable es que quienes fueron terroristas y están en las listas por eso, lo llevan con orgullo y no reniegan de aquello, estén lejos de la política y de los cargos públicos. Ya sabemos que el factor diferencial y perturbador de ETA ha sido el apoyo social: la realidad espantosa de gente que aprobó el asesinato, fue cómplice y sigue viéndolo normal. No es para rendirles pleitesía ni agradecerles nada. La exigencia democrática, como gustan de decir los paladines, también afecta a esa gente.

El objetivo de una democracia enfrentada a una organización terrorista es desmantelarla, detener a sus miembros y llevarlos ante la Justicia. La "promesa democrática" que hay que cumplir es ésa. No hay otra. Es más que un imperativo ético. Es la única política eficaz contra el terror.

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