
Las metáforas constituyen un continuo recurso léxico para entender mejor la dura realidad. El peligro está en que las tomemos de forma literal o no comprendamos bien el sentido de la comparación.
Algunas metáforas acaban siendo traicioneras; por ejemplo, la tan manida del "Estado de bienestar", una mala traducción de Welfare State. Se presume que los servicios públicos son, siempre, más convenientes que las actividades empresariales privadas. Habría que demostrarlo, pues no es un axioma, y sí una mixtificación. Está claro que las empresas pueden ganar mucho dinero, pero, también pueden perderlo. No es la situación de los trabajadores por cuenta ajena.
La consecuencia de la confusión anterior es una formidable paradoja para el buen avío de la sociedad española. De entrada, se impone la mentalidad general de conseguir el máximo disfrute de la vida por encima de cualquier otra consideración. A lo que se añade el deseo de trabajar o estudiar lo menos posible. No parece importar mucho el resultado colectivo de una escasa productividad; la cual desemboca en una deuda pública y privada de creciente magnitud. Es decir, el "bienestar" de hoy será malestar para la próxima generación. Es otra cosa que ha fallado: la solidaridad intergeneracional. La prueba es que la fecundidad de las mujeres españolas (sobre todo de las aborígenes) es una de las más bajas del mundo. Por lo visto, constituir una familia se hace muy cuesta arriba para los jóvenes.
En España, una novedad del habla pública es la mímesis de una metáfora, traída del inglés ubicuo: los intercambios sociales se perciben como un juego deportivo, de azar o de competición. Es en el que, necesariamente, hay que "ganar" al contrario. Lo cual se interpreta como un "reto". Todo ello desemboca en la idea de la sociedad como un campo de Agramante. Es el lugar donde se despliega "el torneo" o "las justas", ante un público expectante; miel sobre hojuelas para satisfacer el tradicional sentido dramatúrgico de los españoles. Muchas de las acciones de la vida política o profesional se convierten en "actuaciones". En tal caso, las conductas tienden al "postureo", esto es, al disimulo, el disfraz o lo gestual. En esto los españoles son verdaderos artistas.
El espectáculo de las interacciones sociales como una especie de "torneo" conduce a la inevitable conclusión de lo que se llama "juego de suma cero"; quiere decir que, si uno gana, es porque el contrincante pierde. Queda obliterada la posibilidad cooperativa o su contraria, el desastre de que todos puedan perder.
Por lo general, el modelo del "reto" presupone un sentimiento optimista, al confiar en las "fortalezas" para superarlo. Solo, que la mentalidad predominante de los españoles es la de un cauteloso y recalcitrante pesimismo.
En los amenes de la larga cuarentena franquista, se produjo una atmósfera de optimismo cooperativo, que dio lugar al hecho excepcional del "consenso" y la "transición democrática". Pero, solo, fue una torrentera. Las aguas recobraron, pronto, su cauce natural. El pesimismo nacional ha vuelto, desde entonces, a presidir la vida pública española. Las alusiones a las metáforas del "reto" se reservan para una egregia minoría de literati, importadores y divulgadores de la mentalidad anglófona. Tienen su mérito.
