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Cristina Losada

El error del cálculo socialista

No tienen en cuenta que la división es un efecto del declive. No se dividen y se enfrentan porque les va de maravilla, sino porque están de capa caída.

No tienen en cuenta que la división es un efecto del declive. No se dividen y se enfrentan porque les va de maravilla, sino porque están de capa caída.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, agradece los aplausos de los senadores y diputados del PSOE. | EFE

Al filo de la medianoche, dentro de unos días, sabremos si Podemos y Sumar van juntas y juntos o se declaran la guerra (más) abiertamente. Es situación para poner en marcha aquel reloj que hacía sonar Iglesias en su buena época de demagogo y escuchar su "tic, tac", que ya estamos impacientes por saberlo. Los más impacientes, naturalmente, son Sánchez y su guardia pretoriana, que se juega tanto o más que él en el negocio del adelanto electoral. De momento, tienen la encuesta que certifica lo que quieren: si los peleados van juntos, la derecha no podrá gobernar, aunque se quede muy cerca. Cómo iba a ser una legislatura con un PSOE más disminuido y más dependiente es fácil de imaginar. Pero también es fácil de imaginar quién estaría dispuesto a pagar el precio.

Los socialistas, que no han entrado en fase de reflexión política, porque todo lo han hecho bien, aunque haya salido todo mal, sí han entrado en la fase de las calculadoras, que permite evasión e ilusión en buenas dosis. Hay ingredientes de las dos en las cuentas que manejan, y a su luz, o algo parecido, lo del 28-M resulta ser un espejismo. De esta ilusión óptica ha dado noticia la ministra Montero, María Jesús, que presenta como claves la abstención de muchos de sus votantes y el drama de que en el magma a su izquierda, trescientos mil votos "se han tirado a la basura". He ahí a los responsables, irresponsables: los desunidos, fragmentados y enfrentados que al votar cada cual a su peña, arrojaron estúpidamente su voto al vertedero. No es muy elegante ni muy democrático relacionar votos con basura, y los que dependen del sufragio ciudadano tienen que sacar de su vocabulario esta malsonancia. Pero no será ahora y no será Montero, cuyo empeño es que cuadren las cuentas rescatando aquellos votos de la "basura".

Estos cálculos son un error, porque dejan la política fuera, como un agente extraño al voto, pero además, y por eso, tienen un fallo capital, que es tomar un efecto por una causa. Creen que la división de la izquierda radical fue la causa de la pérdida y que aún se puede arreglar el asunto si el faccionalismo da paso a un frente común. Pero no tienen en cuenta que la división es un efecto del declive. No se dividen y se enfrentan porque les va de maravilla. Se dividen y enfrentan porque están de capa caída. Porque sus votantes los abandonan. Porque su presencia en el Gobierno, como el propio Gobierno de coalición —ay, los ditirambos con los que echó a andar— han sido fatalmente decepcionantes. Las buenas rachas unen y las malas, separan. Cuando todo pinta bien es fácil ponerse de acuerdo. A la inversa, lo inverso.

La división de la izquierda no es la causa de nada. Es el efecto inevitable de la bancarrota, el veneno que empieza a extenderse desde que se ve venir la ruina. De ahí, que dé un poco igual que se presenten juntos o separados. Y las cuentas: una suma en política no es una suma aritmética. Izquierda Unida y Podemos no sumaron sus votos cuando se juntaron. Y era todavía la buena época. No hay suma asegurada. Sólo la lenta continuidad de la caída.

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