A la ministra de Igualdad en funciones hay que agradecerle sus esfuerzos involuntarios que han desembocado en el derrumbe estrepitoso de la ultraizquierda, como hemos visto bien en las pasadas elecciones autonómicas y municipales. Una tarea de demolición en la que ha estado dirigida y espoleada por Pablo Iglesias, el personaje central del sainete podemita que, con sus afanes para mantener a la madre de sus hijos en la nómina pública, está añadiendo unas dosis nada desdeñables de bochorno y vergüenza ajena al espectáculo de nepotismo sentimental que siempre ha distinguido a este esbirro chavista.
La ensalada de siglas aliñada con urgencia por Yolanda Díaz como último recurso para sobrevivir políticamente y mantener a sus fieles en la nómina del Estado es todo lo contrario a un ejemplo unidad de la izquierda. Lo de Sumar es, en realidad, una operación de salvamento de las élites del movimiento ultraizquierdista, que esta vez concurrirán a las elecciones bajo la imagen de una ministra encumbrada por los medios sanchistas (tan es así que incluirán el rostro de la interfecta en la papeleta, como si sus votantes tuvieran problemas de comprensión lectora), con la esperanza de que un lugar señero en las distintas circunscripciones permita a sus dirigentes actuales rebañar un escaño y seguir viviendo del contribuyente cuatro años más.
Yolanda Díaz pretende recoger así los restos del naufragio para organizar una especie de refugio parlamentario que dé cobijo a sus más allegados. En su coalición tienen cabida comunistas nostálgicos de la URSS, animalistas, ecologistas y separatistas andaluces, asturianos, canarios y aragoneses, un verdadero mejunje de propuestas radicales cuyo único elemento de cohesión es el odio a España, a la libertad y a la democracia.
Pero todo empezó con Irene Montero. Sin sus soflamas delirantes, sus campañas vergonzosas, sus continuos aspavientos contra enemigos inventados y, sobre todo, sin la obra legislativa surgida del ministerio de Igualdad, esta desbandada general de la extrema izquierda al grito de ¡Sálvese quien pueda!, posiblemente, se hubiera retrasado en el tiempo una o dos legislaturas más. Montero lo ha precipitado todo, con la ayuda de su penoso equipo ministerial y el apoyo del macho alfa podemita, que desde fuera ha aplaudido sus desvaríos y contribuido a convertir a su expareja en un personaje tóxico del que huyen ya hasta los votantes más recentales del movimiento bolivariano.

