
El presidente del Gobierno es un hombre sorprendido de que a decir una cosa y hacer la contraria se le llame mentir. En realidad, le sorprende que no se le alabe por haber hecho, tantas veces, lo que había dicho que no haría. Da la impresión de que esta práctica resulta, para él, norma incuestionable de la política y dominarla, un virtuosismo que debe admirarse. Se sorprende porque cuando dijo que no haría algo, lo dijo sin asumirlo como un compromiso que, de alguna manera, le atara. No sabía entonces que iba a hacer lo contrario, y para este no saber, una cosa y su contraria son lo mismo. Técnicamente no es mentir, porque la mentira requiere conciencia. Donde otros se pueden sentir incómodos al reconocer que incumplen su palabra, él ha estado tan confortable como en casa.
La política no es una de las bellas artes, pero requiere algún tipo de centro moral que imponga límites a la tentación constante de traspasar los que uno mismo se impuso. Nada obliga a un presidente del Gobierno a hacer lo que afirmó —y prometió— que no haría. Cuando la transgresión a la que le invitan o incitan las circunstancias pone en riesgo la integridad, un jefe de Gobierno democrático puede y debe hacer lo que muchos han hecho a lo largo y ancho: poner punto final, disolver y convocar. No hay que ser ningún héroe. Basta aceptar que "no vale todo" para seguir en el machito. Cuánto descrédito se hubiera ahorrado Sánchez de haber sometido sus "cambios de posición política", como los ha llamado, a la consideración de los votantes. Pero no hará nada de esto quien no ve diferencia entre una cosa y su contraria.
Sólo hay una manera de que la afrenta a la inteligencia y el golpe al sentido moral pasen la aduana como si tal cosa, y es infantilizar. Revestirse de candor y sinceridad, proclamar las buenas intenciones de lo que se hizo, por malo que fuera, hacerlo pasar por travesura, y hacerse perdonar. Y algo de eso está haciendo Sánchez. Es infantil decir que no gobierna con Bildu porque no tiene ministros ni consejeros de Bildu, pero es que el presidente está rejuveneciendo para llegar a la edad de la inocencia. Quiere recuperar el aire de aquel joven candidato, un poco soso, pero parecía buen chico, que se apuntaba a todos los tópicos de la "nueva política" y rulaba por los platós sonriente, como uno más de la panda.
Este renacimiento lo va hacer Sánchez en la mismísima y mefítica cueva del Mal. Ya rebaja los grados de la denuncia virulenta de los medios que hizo el día después del 28-M, y donde veía barbaridades y tormenta de insultos y descalificaciones, ahora ve mera "desproporción" entre los medios conservadores y progresistas. Claro que es la misma proporción o desproporción que había cuando ganó las elecciones en 2019. Pero no se lo digan, que está a punto de liderar un sindicato de tertulianos progres para pedir más cuota. A ver si así. Porque a esto hemos llegado. No hay tiempo para cambiar de política, pero queda un resquicio para usar a los medios de comunicación que ha atacado como medios de seducción. Falta que todo el mundo ponga en suspensión la incredulidad.
