
Las lealtades inquebrantables, conscientes o caprichosas, se pueden llevar por delante una posibilidad real de cambio sin que a nadie, salvo a los gobernados, se le altere el sueño. Una irresponsabilidad que agrada a la izquierda. Una mala señal.
Los eventuales pactos entre PP y Vox para desalojar a la izquierda no deberían implicar asunción ideológica por parte de nadie. Ante el argumento torticero de la izquierda en ese sentido, matraca electoralista, la respuesta es fácil: ¿Entonces usted piensa como la ETA, como Bildu, como ERC, como Iglesias? La respuesta, con matices, es más afirmativa que negativa. Pero como no lo van a reconocer, dejarán de incordiar por un tiempo, valiosísimo al quedar poco para las generales.
Si quisieran ir por partes también se puede. ¿Es el PSOE igual que Podemos? Aquí no caben excusas porque los morados, aunque ahora estén de saldo, tienen ministerios. Y no será por falta de tuits, salidas de tono, corrupciones, machismos, condenas o fobias varias. ¿O no gobierna Sánchez CON un partido que dijo disfrutar cuando veía dar una paliza a un policía nacional y que, de hecho, ha estado involucrado en episodios violentos contra las Fuerzas de Seguridad? ¿O no tuvo Sánchez a un vicepresidente que azotaría a una periodista (como si Mariló se lo fuera permitir)? ¿O no tiene Sánchez una ministra que pedía guillotina contra los borbones?
Y aún faltaría entrar en los apoyos sin los cuales Sánchez no sería presidente. Para perder el sueño: un partido que formó parte de un golpe de Estado y que tuvo a sus líderes —muy poco tiempo— en prisión y otro que procede del terrorismo, no como evolución sino como disfraz, y que también tuvo a su líder en prisión. Si quedara algún resto de contrincante todavía podría recordarse quién indultó, acercó y excarceló a los presos de los partidos que sustentan el poder.
Vox y Bildu no están en extremos comparables por más que se empeñen en la izquierda y, a veces, en la derecha. Muchos de Bildu estaban en la acera desde donde se disparaba y muchos de Vox en la acera de los que caían o tenían que protegerse. Sin ir más lejos, Arnaldo Otegi estaba en la primera y José Antonio Ortega Lara en la otra. Así que un pacto o un cogobierno no es igual entre PSOE y Bildu o ERC que entre PP y Vox. El que quiera verlo de otra forma es sólo con mala intención.
Pasión por la autodestrucción
Pero que el ataque a los acuerdos post 28M sea autodestructivo, que provenga de las filas de los interesados en desalojar a la izquierda, es una completa irresponsabilidad.
El caso de Valencia, que no pintaba nada bien, se resolvió de la mejor manera posible. No creo que hoy moleste a votantes del PP ni de Vox. Distintos, pero todos contra Sánchez, contra Puig, contra el socialismo. Hubo cesiones importantes y alguna exhibición de estulticia como para marcar el territorio. Pero hubo pacto y ahora sólo escandaliza a los desalojados, pesebre regional muy parecido al del socialismo andaluz.
En el caso extremeño, la premisa es clara: María Guardiola no ha ganado las elecciones. Y quizá sea por algo. En otros lugares, feudos de la izquierda, se ha producido el cambio y el PP se ha convertido en la opción más votada. Unas veces con mayoría absoluta; otras, con la suficiente como para gobernar con apoyos concretos de Vox; y otras, con la necesidad de un cogobierno. ¿En qué es diferente María Guardiola? ¿Por qué con ella se acaban las posibilidades si ni siquiera puede esgrimir una victoria?
Es más sencillo de lo que parece: María Guardiola milita en el partido equivocado y estaría más cómoda en ese PSOE que tanto se afanan en buscar a veces en el 13 rue de Génova. Eso y el minuto de gloria inmerecida —insisto, no ha ganado las elecciones— que puede condenar a Extremadura a cuatro años más de socialismo, vulgo pobreza. Dicen que Guardiola obedecía órdenes de Génova, pero parece que ella había garantizado un pacto sin demasiados problemas. ¿Sorpresa? Quizá era otra Génova, la del otro lado, la fracasadísima que sigue viva zascandileando con sus paparajotes, la que terminó por cautivar su vanidad.
Si Guardiola era peón de Teodoro, que se tiene por estratega, se entiende el completo desastre. Como explica Carlos Cuesta, había otras opciones que quizá ni siquiera habrían requerido pactos.
Algo similar ha sucedido en Vox, que ya aplica la purga ilicitana patentada por Rajoy —"si alguien quiere irse al partido liberal o al partido conservador, que se vaya"— en la sala de máquinas del partido y en algunos de sus cuadros regionales, como en Extremadura. Falta por confirmar si Santiago Abascal comparte del todo el cambio o se lo están haciendo.
El caso es que Guillermo Fernández Vara no se ha levantado del trono y puede que no tenga que hacerlo. El no-sanchista que gozaba de la simpatía del PP podría recoger lo que han sembrado por él. No deja de tener cierta lógica y aquí lo hemos denunciado repetidamente. Si no era tan malo…
Las banderas contra el pacto
Lo peor son los "escándalos" que esgrime Guardiola y que, según el día, alimenta o atenúa Vox. La del machismo es la peor excusa posible. Sobre todo cuando se pretende identificar machismo, y violento, con la derecha y, como sucede vergonzosamente, parte de esa derecha huye despavorida. Como si a Pablo Iglesias le faltaran méritos para ser un prototipo machista, el azotador virtual. Como si pudiera esconderse el caso del socialista Jesús Eguiguren, con parte de lesiones incluido, por haber sucedido hace mucho tiempo.
Hay machismo, está claro. Y a veces ese machismo acaba en violencia. Y cada fin de semana el alcoholismo también acaba en violencia. Y el juego. Y la droga. Y lo más habitual —el mayor número de homicidios y asesinatos— es que hombres maten a hombres. Nada de esto hace desaparecer el machismo, que existe y que en ocasiones se ejerce también con violencia, lo que no convierte al hombre en un monstruo congénito o en una máquina de maltratar mujeres. Y nada de eso es distintivo de la derecha o la izquierda. Creer lo contrario, engañar, supone que cuando un hombre de izquierdas agrede a una mujer se contabiliza como aberración habitual en toda regla. Pues no. Así que otra bandera ideológica menos. Quedan más.
También se esgrime la "lgtbifobia". Los que dicen odiar "todas las banderas" intentan obligarnos a izar y honrar una que, como en el caso del machismo, hacen de izquierdas y para representar a un "colectivo". En eso son nítidos: no hay individuos, como mucho, "gente". Una lesbiana, un gay o un transexual lo son de pleno derecho si pertenecen a ese "colectivo" que acumula letras y que marcha, prietas las filas, bajo una bandera. De ahí que muchos de ellos, individualmente, como personas libres, hayan mandado a paseo al sindicato vertical arcoíris. Bien hecho. Algo parecido ha sucedido con el feminismo serio, el que no aduce topografías políticas sino sentido común y algunas lecturas. Porque lo que sí abunda es la abcdefobia, un odio visceral a las letras que forman palabras para construir frases que contengan ideas. Analfabetismo crónico incurable. Desahucio intelectual. Era habitual en la izquierda, pero ahora la derecha también hace méritos por colectivizarse en la ignorancia.
La triste conclusión de todo esto es que cuando más próxima está la izquierda a su salida del poder, más destartalada está la derecha que representa a once millones de votantes.
La guardiolada todavía puede encauzarse si la extremeña se aviene a razones. No sería un mal favor a sus paisanos y haría un buen servicio a su jefe, al verdadero. Y Vox debería decidir qué Vox quiere ser.
Negociar, cuando es tan necesario, consiste en forzar un acuerdo, no en hacer lo posible por abortarlo. Cualquier pacto entre PP y Vox está todavía más cerca de la democracia que los que llevan cinco años enterrándola.
Vacaciones y votaciones son compatibles.
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Que el tramposo no se salga con la suya.



