
Hubo una época, supongo, en la que ser periodista estaba mal visto porque al periodista se le presuponía rigor. Ocurría algo en un vecindario y automáticamente resonaba el susurro atronador de esos silencios compartidos que se quedan siempre a medias, pues es imposible mantener tanto mutismo cuando la gente necesita saber más. Era entonces el turno del plumilla —yo me lo imagino todavía con la libreta en la mano y la palabra Press fijada en el sombrero—; de que la gente que no había visto nada le buscase para hablar; de que los que ya lo habían visto todo se encerrasen dentro de sus casas y apagasen la luz… En esa época, supongo, los periodistas eran un incordio porque desvelaban noticias que eran trapos sucios. Es decir, contaban historias que eran interés de todos, menos de los que las querían ocultar.
Hoy los periodistas, así, a bulto, son mal vistos más bien por lo contrario, de tal manera que sólo les abren las puertas quienes quieren extender la oscuridad. Los periodistas, así, a bulto, han pecado durante tanto tiempo de seguidismo que si algo pasase en un vecindario lo mejor que podría hacer el plumilla sería decir que es tiktoker, no plumilla, pues sólo así podría sonsacar alguna verdad. Se trata de una situación curiosa porque no parece que lo tengan claro quienes hablan de la información como si a la gente le gustase que provenga del poder. En esta semana hemos presenciado momentos cómicos. Hemos visto a una de las grandes responsables del generalizado estado de incredulidad ciudadana dar lecciones de periodismo a un verdadero periodista. Y hemos contemplado cómo el programa electoral de una ministra proponía expulsar de la carrera a aquellos "desinformadores" acreditados como tal.
Que después Sumar haya explicado que se trata de un error, que aquella propuesta se les ha colado de un borrador anterior, sólo puede ser buena noticia para Yolanda Díaz. Porque para los periodistas, y no digamos ya para los ciudadanos, la medida estaba bastante bien. A mí me habría gustado ver cómo, poco a poco, las redacciones se iban vaciando de "desinformadores oficiales" para quedarse sólo con los desinformadores de verdad. Habría sido una gran manera de separar el grano de la paja. Un regreso humilde a las raíces. Y de esa forma, en otra época todavía por llegar, quienes quisiéramos informarnos seriamente podríamos limitarnos a acudir a otras plataformas no oficiales, otros canales más gloriosos en los que los purgados, reconvertidos sabiamente en inofensivos "creadores de contenido", siguiesen haciendo su labor crucial de vigilancia del poder, pero sin la injerencia obscena de los mayores difusores de bulos que han existido siempre. No hace falta que especifique que me refiero a quienes más ganas tienen de cribar.
