
Tarde y de aquella manera, a raíz del cara a cara los derrotados están reconociendo el error de haber subestimado al líder de la oposición. Ese mínimo encuentro con la realidad lo ha traído un debate que consistió en un Feijóo que hablaba y un Sánchez que producía el ruido de fondo, un ruido que fue muchas veces el de un berrinche con falta absoluta de autocontrol. De la infravaloración que ahora se reconoce, se dio cuenta hace tiempo en esta columna y en algunas otras, y era evidente, lacerante y, en último término, como se ha visto, contraproducente para los que se empeñaron en desdeñar olímpicamente al aspirante y repetían, también en público, que la política nacional le venía grande. Una pregunta posible siempre era, ¿y le viene grande comparado con quién o con quiénes? ¿Con los seres intelectualmente superiores y genios políticos que rodean al presidente del Gobierno? ¿Con el propio Pedro Sánchez?
A la vista quedó para quien quisiera verlo. Pero la otra parte del asunto que habría que reconocer no se reconocerá, y es la sobrevaloración del propio Sánchez que, como suele ocurrir, creció de forma desorbitada en cuanto pudo lucir los galones de presidente del Gobierno. Hasta ese momento era uno más y casi un don nadie, elevado por la fórmula destructiva de liderazgo que son las primarias. Pero el aura presidencial provoca metamorfosis increíbles que los equipos de comunicación se encargan de hacer pasar por reales. Nadie se encarga, en cambio, de recordarle al César que es mortal o, más realista aún, que no es César. Y no ha habido tampoco nadie que se encargara, en la campaña socialista, de otro negociado vital en estos casos, que es el de la política. Si hay una fase en la que se espera que se ofrezcan visión, ambición e imaginación políticas es en vísperas de unas elecciones generales. Pero de todo esto no ha habido nada.
Frente a la tradición antigua y necesaria, lo que se ha visto ofrecer a Sánchez son lemas como "la economía va como una moto", una reducción a papilla muy ligera de lo que ha de ser un proyecto de política económica. De su visión de España, otro clásico de estas contiendas, nada se sabe ni se puede saber. Por buenos motivos: no puede ofrecer una visión del "nosotros" quien ha tenido que apoyarse en quienes están contra el "nosotros", y cuya única posibilidad de revalidar el cargo, por mínima que sea, depende de esos mismos y el precio que pongan. Eliminados los temas en los que han de mostrar sus mejores y más ambiciosas ideas los que aspiran a liderar una nación, quedan pequeñeces y zascas. Las guerritas que se libran en las redes hacen las veces de asuntos de Estado.
La falta de visión, altura y densidad políticas de Sánchez fue, en última instancia, la causa de que apareciera como apareció en el debate. Por decirlo a su modo: como alguien a quien le viene grande el cargo. Y no tiene a nadie capaz de rellenar su vacío. Sus genios no hacen política en el sentido amplio y tradicional del término. La materia no les interesa. Se dedican a otras cosas. Son peritos en estratagemas, especialistas en artimañas, expertos en emboscadas y doctores en trampas y trucos. Son capaces de convocar elecciones un 23 de julio para pillar descolocado al adversario, pero no de armar un proyecto político con una visión que trascienda las sucias batallitas de cada día. Y son así desde el minuto uno. Desde la moción de censura de 2018, pura estratagema para llegar al poder por un atajo que abren los que van a parasitar al figurón que colocan.
