
El próximo domingo, los ciudadanos con derecho a voto tendrán en su mano echar democráticamente del poder al peor presidente del Gobierno que ha tenido España —en dura pugna con Zapatero— desde la transición política. Un Presidente que en sus cinco años en la Moncloa ha hecho un daño, esperemos que no sea irreparable, al sistema constitucional del 78 y a la convivencia entre españoles.
Este tiene que ser el objetivo principal cuando se vaya a las urnas el 23-J. Y para eso es necesario que los dos partidos que constituyen la alternativa al sanchismo, PP y Vox, sumen, como mínimo, 176 diputados. Después, dependiendo de los números, ya se verá que tipo de alianza y entendimiento se establece entre las formaciones de Feijóo y Abascal. Pero lo prioritario es sumar y llegar a esos 176 escaños.
De esa manera, el periodo de Sánchez al frente del gobierno Frankestein quedará como una etapa negra en la historia reciente de España, que ojalá no se vuelva a repetir. Una mayoría de ciudadanos no quieren, como ha hecho Sánchez, que la gobernabilidad de nuestra Nación recaiga en partidos independentistas como ERC y Bildu, que precisamente lo que quieren es que España deje de ser España, o en los comunistas de Podemos, ahora integrado en ese proyecto de Sumar liderado por Yolanda Diaz que lleva camino de pegarse un buen batacazo el próximo domingo, ya veremos con que consecuencias políticas para "la Mélenchon española vestida de Cristian Dior", que es así como la definió hace poco, con su lengua viperina, Alfonso Guerra.
Como tampoco quieren que se pacte nada con los herederos políticos de ETA. Sánchez no sólo ha pactado con ellos en el Congreso de los Diputados leyes importantes, sino que también lo ha hecho en Navarra para que la socialista María Chivite fuera presidenta de la Comunidad Foral. De ahí que el eslogan "Que te vote Txapote", que tuvo su origen en un cartel bastante rudimentario exhibido por un ciudadano en un mitin de Sánchez en Sevilla el pasado mes de setiembre, resume bastante bien ese rechazo que ha producido en los ciudadanos los pactos y el blanqueamiento de Bildu llevado a cabo por el todavía presidente del Gobierno.
Además de echarle los ciudadanos en las urnas de la Presidencia del Gobierno, habrá que ver si lo que queda del PSOE es capaz de hacer lo mismo, de la secretaría general del partido a partir del 24 de julio. Si Sánchez tuviera una concepción democrática de la ocupación de los cargos políticos, el 23-J por la noche, en el caso más probable de perder, debería dimitir y dejar que el PSOE intente rehacerse —cosa harto difícil después de la etapa sanchista— convocando un congreso extraordinario y eligiendo un nuevo secretario general. Las derrotas seguidas en Andalucía, Castilla y León, Madrid, el 28-M en las municipales y autonómicas y en las generales del próximo domingo, justificarían más que de sobra esa dimisión, pero con Sánchez nunca se sabe.
De momento el todavía secretario general ha preparado el terreno para resistir, con la conformación de unas listas electorales donde ha colocado en puestos de salida a casi todos sus ministros socialistas y a otros palmeros que teóricamente le serían fieles. Digo teóricamente, porque ya se sabe que cuando vienen mal dadas, la gente, siguiendo el ejemplo del propio Sánchez, puede cambiar de opinión, y lo que antes era un líder adorado y venerado, se convierte en algo del que conviene alejarse, entre otras cosas, para resituarse en la lucha por el poder dentro del PSOE, o al menos, para conservar el escaño durante los próximos cuatro años. Si la solución al sanchismo es que vuelva Zapatero —que se está empleando con una vehemencia impropia de un expresidente contra el PP y Vox en sus numerosas entrevistas durante esta campaña— entonces es que las cosas están muy mal en el PSOE, y ese partido tendrá una travesía del desierto muy larga.
Lo que pase en el PSOE después del 23-J es, de alguna manera, secundario. Lo verdaderamente importante es poner fin en las urnas al sanchismo, que es muchas cosas, pero fundamentalmente ha sido una forma de gobernar unipersonal, centrada en uno mismo, en hacer lo que fuera necesario para mantenerse en el poder. De todo eso, una mayoría de españoles se han dado cuenta y ha dado señales inequívocas el pasado 28-M de estar literalmente hartos. La antipatía que despierta Sánchez no es sólo política, sino sobre todo personal. Se le ve como una persona altanera, soberbia, pagado de sí mismo, egocéntrica y hasta maleducada, como demostró con creces en el debate cara a cara con Feijóo.
A Sánchez se le nota un punto de desesperación en esta campaña —la propia convocatoria de elecciones para el 23-J lo fue— porque sabe que va a perder y todavía no entiende el por qué, con todo lo que él —eso piensa— ha hecho por los españoles y así se lo agradecen.
Pero la jugada hay que rematarla el próximo domingo en las urnas acudiendo masivamente a votar a los partidos que configuran la alternativa, PP y Vox, para acabar, políticamente hablando, con Sánchez y con el sanchismo. Cinco años han sido ya demasiados e insufribles para España y para los españoles.
