
La última encuesta del CIS es la bola de cañón con la que nuestro barón de Münchhausen pretende viajar hasta el 23-J con opciones de repetir la movida Frankenstein, otro gobierno sujeto con pinzas, con partes subarrendadas a las facciones comunistas arrejuntadas bajo el paraguas de Yolanda Díaz y sometido al chantaje permanente de los separatistas catalanes y de los amigos proetarras. O sea, lo mismo que hace cuatro años pero en versión corregida y aumentada.
No hay más que ver las declaraciones de los candidatos independentistas, quienes no tienen el más mínimo reparo en advertir a Sánchez de que esta vez el precio será más alto, que tendrá que pasar por caja, que seguir en la Moncloa le va a costar un congo y que esta vez el referéndum de autodeterminación en Cataluña (y ya de paso en el País Vasco) es un "sí o sí" innegociable e inaplazable.
Como Sánchez vive al día, ahora saca pecho de sus pactos "sociales" con Bildu (a quien los pensionistas deben agradecer la actualización de sus pagas según la inefable composición de lugar del todavía presidente) y con ERC. Al tiempo se atribuye una suerte de pacificación de la cosa catalana y lanza el aviso de que con un Gobierno de otro signo, el independentismo volverá a las andadas. Como si los separatistas no siguieran con la misma mandanga de que lo volverán a hacer.
La teoría socialista es que sin los indultos y la reforma del Código Penal, Cataluña sería algo así como Rentería en los años ochenta, una región ingobernable, sometida a las fuerzas vivas del "Procés" y con los Comités de Defensa de la República (CDR) al frente de las operaciones. Un infierno. En cambio, con Sánchez en el papel de gran apaciguador, Cataluña es un oasis, una balsa de aceite, un remanso de paz.
Pero esa versión de la historia está sustentada en suposiciones y mentiras. En el caso de que el PP acceda a la Moncloa y tenga que gobernar con Vox, en Cataluña pasará lo típico, lo de siempre, esa especie de revolución permanente de chichinabo que no va a ninguna parte. Se ignora si el PP aprendió la lección del golpe de Estado de 2017. El independentismo comenzó a aflojar a la que afloraron las porras. La intervención policial del 1-O fue el punto de inflexión. A partir de ahí, los líderes golpistas se vinieron abajo con estrépito.
Sin embargo, la lectura socialista de todo aquello es que el "diálogo" y la "negociación" con los que afrontó la crisis Pedro Sánchez resolvieron el problema. Para nada. Ocurre lo mismo con la interpretación de la historia reciente del País Vasco por parte del PSOE. Presumió Zapatero en una celebrada entrevista de que ETA entregó las armas gracias a él. Pero la derrota de esa banda terrorista se debió a la Guardia Civil, a la Policía Nacional, a los servicios de inteligencia y a jueces y fiscales valientes.
Lo que los socialistas hicieron tanto en el País Vasco como en Cataluña fue tender la mano a quienes justificaban el terrorismo y a sus mismos autores e ideólogos, así como a los iluminados supremacistas catalanes, para convertir las derrotas de esos enemigos de la democracia y de los españoles en victorias del chantaje. Por eso, los "derrotados" se pasean por la actualidad como los dueños del cortijo. Y sobre esto es de lo que se vota el próximo domingo.
