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Las reflexiones de un payaso

En sí, la democracia no es ninguna fiesta, pocas veces deja algo que celebrar, salvo cuando ves salir a quienes han arruinado tu nación.

En sí, la democracia no es ninguna fiesta, pocas veces deja algo que celebrar, salvo cuando ves salir a quienes han arruinado tu nación.
El presidente de una mesa electoral introduce un voto en una urna, hoy en el Colegio San José de Lorca. | EFE

La jornada de reflexión es la concesión jesuítica de la burocracia nacional. Unas horas de rodillas frente al BOE, rascándote la cabeza, y haciéndote preguntas. El ritual sabatino: paseo lento, reflexivo, mirada perdida en el mar, si lo tienes, cañitas que no falten, y hastaluegos por doquier. Pero lo que necesita España después de Pedro Sánchez no es un examen de conciencia política sino un propósito de la enmienda.

El Gobierno recordó hace un par de semanas que su ley sigue obligando a no poner el aire acondicionado por debajo de los 27 grados, gracias a lo cual, comercios, hoteles y bares (y ahora supongo que colegios electorales, donde habría que instalar hospitales de campaña), han dejado de ser refugios felices en verano para convertirse en ecosistemas que dejan en su punto las palomitas si te paseas con una mazorca en la mano, como si fueras un candidato del Pacma. Nos quieren achicharrados, abstenidos, y callados. Se dice poco: el Gobierno de Sánchez nos maltrata.

Aun así, mucho ahorro obligatorio en el aire acondicionado, pero ellos han tenido a tope los ventiladores electorales en las últimas semanas. Festival de mentiras, bulos, favores, sobreactuaciones, y aspavientos. Festival fallido. Lo han intentado todo, pero da la sensación de que nada les funciona. Normal: no puedes pasarte la vida cayendo de pie; además esta vez sería caer de pie sobre los rulos de la de Sumar, y eso es como hacer surf en un chocolate a la taza.

Se me hace extraño estar al borde de un domingo electoral en el que la izquierda va a perder y, esas casualidades, que no empiecen a explotar trenes, a rodearse las sedes de los partidos de la oposición, a hundirse los barcos de petróleo, y cosas así. A la luz de la historia, esta calma tensa tiene más peligro que el Tito Berni en Magaluf.

Por lo demás, confieso que siento la misma fascinación por los procesos electorales que por los exámenes de próstata. Voto, claro. Voto siempre y a veces incluso voto bien. Pero nunca pierdo de vista lo de H. L. Mencken: "Cada elección es una especie de subasta anticipada de bienes robados". Y si lees los programas, verás que los bienes robados esta vez son casi todos.

Admiro a la gente que acude al colegio electoral con la ilusión de un niño. Me alegra su alegría. Yo acudo con resignación, porque nada aborrezco más que el rito sacralizado de la democracia y la verborrea infinita de los candidatos diciendo eso de "hoy es un día para felicitarnos todos los ciudadanos porque estamos de enhorabuena, la democracia ha vuelto a triunfar"; ¿Felicitarnos? ¿Por meter un sobre en una urna? ¿A triunfar? Veamos: ¿por qué los políticos retroceden a los tres años de edad cuando les ponen una alcachofa en la boca a la salida del colegio electoral? Y ya que estamos en harina: ¿Qué es una mujer, presidente?

En sí, la democracia no es ninguna fiesta, pocas veces deja algo que celebrar, salvo cuando ves salir por la puerta de atrás a quienes han arruinado tu nación; a fin de cuentas, casi siempre votamos en contra de la estupidez, de la ruina, de la corrupción, de la falta de libertad. En definitiva, la democracia es tan solo –y no es poco— un medio para evitar convertirnos en Cuba; el otro medio es mantenerte todo lo alejado que puedas de la de Fene, la que le robó la nariz a la Esfinge de Giza porque la de la Pinocho ya la tenía otro.

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