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El cansancio de los demócratas españoles

Lo que está ganando en esta España todavía democrática es el cansancio ante la inutilidad, la vulgaridad y la falta de altura intelectual.

Lo que está ganando en esta España todavía democrática es el cansancio ante la inutilidad, la vulgaridad y la falta de altura intelectual.
Alberto Núñez Feijóo, durante el acto electoral que los populares han celebrado en Barcelona. | EFE

Ya oigo demasiado a muchos –e incluso me lo escucho a mí mismo en la intimidad– que estamos invadidos por un cansancio mortal, que España no tiene remedio, que la democracia le importa un comino a millones de compatriotas y que la peor de las religiones, la política, parece haber ocupado el alma de la mayoría de los españoles. No es nada nuevo. Ya el padre Mariana, en su Historia de España, hablaba sobre el sosiego que se apoderó de una "España cansada de tantos males y más faltaban fuerzas que voluntad de alterarse". Y estábamos en el siglo X.

Ahora, el cansancio deriva de la certificación de la mutación de la racionalidad crítica y democrática en devoción partidista capaz de llegar a cualquier cosa, incluso al crimen, como ya comprobamos en la Guerra Civil y certificó el terrorismo etarra hasta hace bien poco. Creíamos que aquellos terrores, el rojo que empezó y el azul que siguió, se habían desvanecido con la operación Transición, la más extraordinaria hazaña para la convivencia ideada precisamente por la España posfranquista. Pero estamos asistiendo a la nueva edición de dos Españas, polarizadas, opuestas y esta vez con más apoyos a la liquidación de la Constitución de 1978 que a su defensa.

11,28 millones de votos para el conjunto de constitucionalistas, que desean perseverar en la España que se quiso en la Transición democrática, unidad, abierta, plural e igual de derechos, deberes y oportunidades. Frente a ellos, se alzan 12,38 millones de votos para los que quieren acabar con ella. Los votos reales e individuales sumados del PSOE de Pedro Sánchez, Sumar, Esquerra, Junts, Bildu, PNV y BNG superan a los de PP, Vox, Coalición Canaria y UPN en más de un millón. El laberinto de la atribución de escaños y las coaliciones para gobernar son otra cosa. El PP ha ganado formalmente, tan formalmente como el bloque de centro derecha ha perdido frente al bloque de izquierda socialista, comunista y separatista.

¿Qué ha cambiado? Lo que ha cambiado sustancialmente es el PSOE. Ya se supo que el camino que trazó Pedro Sánchez cuando llegó a la secretaría general en 2014 seguía el rumbo marcado por José Luis Rodríguez Zapatero para reeditar el Frente Popular de izquierdas con el apoyo de todos los separatismos. Lo vieron muchos, desde Susana Díaz a Felipe González y un grupo notable de socialistas que fueron incapaces de detener la infección largocaballerista de un PSOE que no concede derecho a la existencia a la otra media España. Con lo que se ha vivido.

Sería muy fácil enmendar letra y música de esta tragedia que se nos viene encima. Los dos grandes partidos, que entre ambos suman 16 millones de votos y 258 escaños, casi el 75 por ciento del Congreso, una mayoría absoluta más que cualificada, y con mayoría absolutísima, casi del 100 por cien, en el Senado, podrían proceder a los cambios necesarios para impedir la hoja de ruta de los separatismos vasco y catalán que tratan de romper España para conseguir así una España rota antes que roja. En palabras del ya incalificable Arnaldo Otegui, para que España sea roja, republicana y laica, primero ha de ser una España rota porque los números dan en Galicia, el País Vasco y Cataluña, no en el resto de España, que es la inmensa mayoría de ciudadanos. E invita a todos al festín del descuartizamiento español.

Pero esos números dan porque la democracia española ha hecho dejación de su deber nacional en todos los resortes de que disponía, desde la Justicia a la ley electoral, desde la educación a la comunicación, desde la permisión de la creciente asimetría autonómica a la desarticulación paulatina de las fuerzas de seguridad del Estado y de la defensa nacional. La indefinición democrática de un PSOE, ya más una organización de intereses que un partido constitucionalista, y la banalidad y la inacción de un PP sin sentido estratégico ni nacional, han dejado lo que fue la posible España convivencial y tolerante hecha un erial donde el voto se ha vuelto religioso e instintivo y el diálogo y la conversación son cada vez más imposibles.

Aún puede evitarse lo peor. Para ello, los socialistas de buena fe y demócratas, que los hay por millones, deben reconquistar su partido, o dar paso a uno nuevo si fuese imposible, que agrupe y dé sentido a los votos perdidos de los constitucionalistas que no hace tanto morían y luchaban juntos contra ETA y los separatismos. El PP y Vox por su parte deben reagrupar en su seno a todo la derecha democrática y constitucionalista. Todos juntos deben elaborar una estrategia legal de debilitamiento y aislamiento de los separatismos y del social-comunismo que los anima en gran medida, cánceres de la democracia española desde hace ya demasiado tiempo.

Escribió Camilo José Cela en su epitafio que "en España, el que resiste, gana". Pues no. Lo que está ganando en esta España todavía democrática de nuestras penas es el cansancio ante la inutilidad, la vulgaridad y la falta de altura intelectual y moral de los rectores de unos partidos incapaces de defender la Nación, sus libertades y su derecho a la continuidad ante sus enemigos internos y externos. Infelix Spania, si se cansa y no resiste, porque, entonces, no quedará ni la esperanza en nuestra Caja de Pandora, ya entreabierta.

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