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España debe ser destruida

"Nación de naciones" es una contradicción que realmente significa que España es un Estado plurinacional en el que la propia España no es una nación.

"Nación de naciones" es una contradicción que realmente significa que España es un Estado plurinacional en el que la propia España no es una nación.
Pedro Sánchez saluda a Junqueras. | EFE

La izquierda no siempre fue antiespañola. Enrique Tierno Galván, por ejemplo, afirmaba que "los que más niegan a España son los españoles más ­característicos". Pero estaba en minoría y, además, dicha afirmación no pasaba de ser un mero juego de ingenio. Enfrente estaban, de Roca a Arzallus, los que negaban esta idea de nación española a favor de una miríada de naciones: la castellana, la catalana, la vasca y la gallega (el resto no serían sino castellanos asimilados). España se reducía a ser un Estado, un ente jurídico sin vida espiritual, formado por diversas naciones, cada una de ellas con su identidad, sus lengua, sus leyes, sus costumbres, sus apellidos, su gastronomía… unidas únicamente por un vago aire de familia y unos lazos formales fácilmente rompibles. Los que defendían la existencia de la nación española, tanto Fraga como Peces-Barba o Gabriel Cisneros, pensaron que con la autonomía administrativa y la concesión nominal a las regiones de ser "nacionalidades" (algo así como el futbito frente al fútbol) se iban a dar por satisfechos los nacionalistas.

La fórmula de compromiso fue que España era una "nación de naciones". Pero esto es una contradicción en los términos que realmente significa que España es un Estado de naciones, es decir, un Estado plurinacional en el que la propia España no es una nación. La nación en lógica constitucional debe ser un fundamento último, no susceptible de descomposición en términos más básicos. En la expresión "nación de naciones" son las naciones constituyentes el fundamento final.

Ahora se está desarrollando lo que en la Constitución estaba en estado larvario: la descomposición de España o, al menos, su disolución en un mero Estado sin esencia nacional. Zapatero y Sánchez no van a hacer sino llevar a la práctica lo que ya está en teoría en la Constitución. En la derecha de entonces, Herrero de Miñón mareaba la perdiz con sofismas al estilo de que la soberanía solo la tenía la nación española, mientras que las nacionalidades se debían conformar con la "autoidentificación". Nos podemos imaginar las risas en Ajuria Enea y la Generalidad. Por cierto, a Herrero de Miñón terminaron concediéndole el Premio Sabino Arana, entre aurreskus y marmitakos, por su apoyo al Plan Ibarretxe y la realización de un referéndum de autodeterminación en, decía, "Euskal Herria". Herrero de Miñón defendía, en línea con los nacionalistas, que los "derechos históricos son la Constitución del pueblo vasco, porque son anteriores y exteriores a la Constitución española". Propongo a Zapatero y Sánchez al alimón para dicho Premio, nadie se lo merece más salvo Otegi y la plataforma de apoyo a los presos de ETA "Etxerat".

Con la excepción de unos pocos, como Julián Marías, que sí advirtió del concepto envenenado de "nación de naciones", la inmensa mayoría de la clase política y académica se engañó pensando que "nacionalidad" no significaba autodeterminación. Leer hoy lo que decían en la derecha Fraga y en la izquierda Peces-Barba produce un sentimiento de melancolía y resignación ante su autoengaño de ayer y nuestra indefensión de hoy. Los nacionalistas, sin embargo, siempre lo han tenido claro y han defendido su posición maximalista por las malas (golpismo) o por las muy malas (terrorismo). Del racista Heribert Barrera al xenófobo Arnaldo Otegi solo han tenido un programa, un objetivo y un lema, parafraseando a Catón: "Ceterum censeo, Hispania delenda est" ("Considero que España debe ser destruida").

Estamos ante el penúltimo escenario de la destrucción de España. Sánchez ha sido el gran vencedor moral de las elecciones, junto a Otegi, por los votos de Cataluña conseguidos gracias a los indultos a golpistas como Junqueras. Para seguir con la presidencia venderá lo que queda de España vía amnistía a Puigdemont y la convocatoria de referéndum que se publicitará como consultivo, pero sobre el que "cambiará de opinión" para convertirlo en vinculante. Y eso no es lo peor, sino que lo harán en nombre de la concordia. Pero será la misma concordia con la que Judas besó a Jesús en el huerto de Getsemaní.

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