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A Dios rogando…

Espinosa representaba en el partido ese deseo de no ir más allá de lo que la realidad aconseja y que podía convertir a Vox en un partido de mayorías.

Espinosa representaba en el partido ese deseo de no ir más allá de lo que la realidad aconseja y que podía convertir a Vox en un partido de mayorías.
El exportavoz de VOX en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, ofrece una rueda de prensa en el Congreso. | EFE

A Vox le ocurre siempre que los medios exageran tanto su insidia, su perfidia y su falsidia que, cuando ocurre algo que la desmiente, se desconciertan y no saben cómo explicarla. También le sucede que, como partido que ocupa uno de los extremos, lo dogmático suele imponerse a lo pragmático. Y esto ayuda mejor a entender lo ocurrido. En general, se entiende que la dimisión de Espinosa de los Monteros es la prueba de la derrota de los liberales, que el empresario representaba, frente a los integristas del nacional-catolicismo. Es así, pero hay matices que destacar.

Vox no nació como un partido patrocinado por organizaciones católicas empeñadas en que las leyes se empapen de moral cristiana. Vox surgió como una escisión del PP a consecuencia de las traiciones de Rajoy. Cuando el gallego animó a marcharse del partido a liberales y conservadores no lo hizo a humo de pajas. Su Gobierno subió los impuestos más de lo que proponía el Partido Comunista (política anti-liberal) y dejó tal cual estaban la ley del aborto, lo negociado con la ETA y la ley de memoria histórica (política anti-conservadora). Vox nació para recuperar esos valores que informaron promesas electorales incumplidas del PP.

Pero una vez hecho y alcanzada la friolera de 52 escaños, una cifra completamente insólita para un partido del extremo del arco, ocurrió algo. Su propio éxito convirtió al partido en víctima de sus dogmas y a casi todos sus líderes, empezando por Abascal, les pareció que el secreto para seguir creciendo era perseverar en el dogmatismo, añadiendo más exageración, más guerra cultural, más enfrentamiento a lo políticamente correcto hasta que llegó el momento de darse de bruces con la realidad.

Todo lo que piensan en Vox se puede defender con buenos modos y sin necesidad de caricaturizarlo. La ley de violencia de género es inconstitucional porque castiga de diferente manera el mismo delito según el género de quien lo perpetre. Pero no quita para que padezcamos una intolerable violencia de algunos hombres contra sus mujeres. La inmigración ilegal es, como su propio nombre indica, ilegal, pero eso no obsta a que nuestra economía necesite inmigrantes que inevitablemente participarán de los derechos sociales de los que disfrutan todos los españoles. El aborto es un horror, pero no hay fácil solución entre una ley de plazos y sancionar penalmente a las madres que lo realizan. El feminismo ha logrado una amplia igualdad y muchas de sus actuales reivindicaciones carecen de sentido, pero todavía hay mucho que avanzar en conciliación y en ayudas a las madres que tienen que educar a sus hijos solas. Las autonomías suponen un despilfarro, pero es difícil encontrar una solución diferente que satisfaga los muy generalizados deseos de autonomía de los españoles del País Vasco y de Cataluña y que a la vez sea respetuosa con la igualdad de todos ante la ley.

Espinosa de los Monteros representaba en el partido ese deseo de no ir más allá de lo que la realidad aconseja y que podía convertir a Vox en un partido de mayorías. Pero, antes de poder imponer su más moderado criterio, le han madrugado los del rosario y el mazo, con la colaboración culpable de Abascal, que ha conservado así su puesto. No tiene nada de particular. En los extremos casi siempre se impone el más extremista.

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