
En uno de los documentales de Iñaki Arteta para la exposición Gregorio Ordóñez. La vida posible, diferentes ciudadanos y periodistas de San Sebastián, que lo trataron, destacaban de él su faceta política. Concretamente, no deja de ser curioso que sea necesario concretarlo, se referían a su vocación de servicio público. Al hecho de que en la puerta de su despacho de concejal se formasen todos los días colas de personas que habían comprobado que era cierto lo que decía ante las cámaras. Por ejemplo: "Yo creo en el trabajo diario y en la gestión del día a día. Que los donostiarras entren en el Ayuntamiento con un problema y salgan con el problema solucionado, no con dos". O: "Reconozco que le tengo poco cariño al partido. A los partidos en general. Pienso que son los instrumentos menos malos para representar a la ciudadanía. Pero en lo que creo mucho más es en la gestión diaria del ciudadano. Y el Ayuntamiento es la institución más cercana. Yo soy de los que piensa que hay que llenar de contenido a los ayuntamientos porque, como estamos tan cerca de los ciudadanos, ellos siempre deberían poder abrir nuestra puerta y entrar. Y si metemos la pata, nos gritan; y como estamos cerca, lo oímos y rectificamos".
El documental concluía con muchos de sus antiguos votantes explicando que ellos no votaban al PP, que ellos votaban a Gregorio. Es un apunte relevante si se tiene en cuenta que en los años duros de ETA, y en Guipúzcoa, no era fácil escoger la papeleta de un partido "españolista", mucho menos la del PP. Pero Ordóñez transmitía confianza. Otro de sus secretos, decían sus votantes, es que contagiaba valentía. No agachaba la cabeza frente al terrorismo y llamaba a las cosas por su nombre. En otra entrevista de televisión, también visible en la exposición, explicaba que si se metió en política de una forma tan "inconsciente" era porque no le "daba la gana" ver a su "bonita tierra con un yugo, doblegada por los pistoleros de ETA", que cada día la convertían "en una hoguera de barricadas y en un charco de sangre". El día en que esos mismos terroristas lo mataron, Ordóñez era el favorito para hacerse con la alcaldía de su ciudad. Hoy su partido es prácticamente irrelevante. "Como suele repetirse, las víctimas no pertenecen a ningún partido: pero está claro a cuál beneficia su inmolación", escribiría Fernando Savater en el 25 aniversario del atentado.
"Esta sociedad convulsionada, donde tanto ha pesado y desgraciadamente sigue pesando la cobardía, jamás llegará a percatarse de cuánto le debemos por su enorme valor", le escribió a su viuda Fernando Múgica Herzog, dirigente histórico del PSE, exactamente un año antes de ser asesinado él también. Hoy circula en redes una entrevista radiofónica que le hicieron hace unos días a Fernando Villavicencio, el candidato a la presidencia de Ecuador a quien las mafias que denunciaba han matado esta semana. Escucharla eriza la piel. "¿No cree que, para cumplir, lo primero que necesita es sobrevivir?", le pregunta el locutor. "Uno sobrevive perdiendo el miedo", responde él. Casos como estos, personas dispuestas a arriesgarlo todo por plantarle cara a quienes tienen secuestrada a su comunidad, son ejemplos extremos que dignifican el servicio al ciudadano. Pienso en ellos cada vez que escucho ensalzar la "animalidad política" de otros cuyo historial de supervivencia es el contrario: pagar lo que haga falta por vivir maniatados un día más.
