
Cuatro partidos no asisten a las consultas del Rey para nombrar a un candidato a la investidura. Se ha normalizado que no acudan y esto es lo peor de todo. Más aún, cuando se añade la calamidad de que su decisión resulta determinante para la investidura y para la política de un Gobierno que esté dispuesto a cabalgar con los cuatro jinetes del apocalipsis.
Frente a la plana normalización de su conducta, hay que subrayar la relevancia democrática de estas consultas. No son un acto conmemorativo, como el del aniversario de la Constitución. Ni una iniciativa personal del Rey porque le apetezca reunirse con los partidos a ver qué cuentan. Son consultas preceptivas por mandato constitucional cuyo objetivo es traducir los votos en unas elecciones a la formación de un Gobierno. En el proceso están sumamente interesados Esquerra, Bildu, BNG y Junts a fin de sacar el mayor provecho a los pocos escaños que obtuvieron, pero resulta que no quieren cumplir el procedimiento.
Lástima que no se les pueda obligar. Nuestras normas se hicieron con un exceso de generosidad para con los incumplidores, los infractores y los enemigos declarados del orden constitucional. No se anticipó, seguramente, que llegaría a haber en la política gente tan descortés y cerril como la que tenemos en ese flanco. Pero hay partes del mundo civilizado donde la política es un reducto de la falta de civilización, y ésta es una de esas partes. Y es así porque se ha normalizado la continua vulneración de reglas y normas. Con resignación o dejadez perfectamente idiotas se admite que como son independentistas y "no aceptan la legitimidad de la Monarquía", pueden hacer este desplante gamberro sin que haya ninguna consecuencia. Desplante que no le hacen sólo al Rey personalmente, sino al sistema político gracias al cual están en el Congreso. La radicalidad gestual de estos grupos contrasta siempre con la avidez con la que extraen beneficios del sistema contra el que vociferan. No se conoce caso en que renunciaran a ninguno de ellos en nombre del ideario secesionista.
No se les podrá obligar a cumplir, pero sí se les puede excluir de cualquier participación en el proceso de investidura. Sólo tienen que ponerse de acuerdo los partidos que cumplen las normas para que el que no acuda a las consultas, quede fuera de juego y aire. Sería un acuerdo radical, pero necesario, además de clarificador y disuasorio. Precisaría, claro, un compromiso para suplir los escaños que falten al candidato que reuniera más apoyos, una vez fuera de la contabilidad los que se auto excluyeron de las consultas. ¿Es esto una ficción en el escenario que tenemos? Lo es, pero es una ficción ventajosa y no una ficción dañina, como la que está en cartel. Porque algo habrá que hacer. Nuestro sistema funcionaba, mal que bien, mientras alguno de los grandes partidos obtenía mayorías amplias. Ya no es así y el sistema no funciona. Hay, por supuesto, interesados en que no funcione, porque de ese mal funcionamiento sale su ganancia pringosa. Sin este fallo sistémico, y sin el ansia socialista por aprovecharlo, nada iban a pintar los que más van a pintar en la investidura. Algo habrá que cambiar para que la disfuncionalidad no resulte terminal.
