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El charnego agradecido y los presidentes de Narnia

El enlace de Sánchez con los golpistas no es Montilla, sino Zapatero. El papel que el nacionalismo atribuye a Montilla es el de charnego agradecido.

El enlace de Sánchez con los golpistas no es Montilla, sino Zapatero. El papel que el nacionalismo atribuye a Montilla es el de charnego agradecido.
José Montilla, entre golpistas, prófugos, ladrones y curas. | EFE

No hay nadie en España que se tome más en serio a sí mismo que un nacionalista catalán, como se ha podido comprobar en el aquelarre de expresidentes de la Generalidad celebrado este lunes en la abadía de Sant Miquel de Cuixà, cerca de la localidad francesa de Prada de Conflent. Hasta allí se han desplazado Jordi Pujol, José Montilla, Quim Torra, Carles Puigdemont y el actual titular del cargo, el joven Pere Aragonès. Artur Mas ha excusado su presencia por motivos personales. Se ha perdido una gran tenida a cuenta de la memoria de Pau Casals en el cincuenta aniversario de su fallecimiento. Pero la exaltación del genial músico era solo la excusa para el agasajo a Pujol y Puigdemont, el primero encausado por corrupción y el segundo, por malversación agravada y desobediencia tras la reforma del Código Penal para eliminar la sedición y abaratar el delito de malversación.

El encuentro ha sido de lo más cordial y entusiasta, aunque la grey nacionalista ha abucheado a Montilla por pregonar la buena nueva sanchista de la España diversa y abogar por "el diálogo, la negociación y el pacto entre nosotros y con el resto de España". Montilla, en realidad, sobraba, pues el acontecimiento organizado por un grupo de nacionalistas agrupados bajo el pomposo nombre de "Universitat Catalana d'Estiu" pretendía ser un cónclave catalanista "histórico", como cualquier cosa organizada por dos nacionalistas para salvar una nación que no existe más que en su imaginación y en la de los "historiadores" catalanes que proclaman que Hernán Cortés era catalán y Leonardo da Vinci, también. De Vich, concretamente.

Las ditirámbicas crónicas de la prensa catalana hablan de que el homenaje a Casals ha ratificado la "continuidad institucional" de la Generalidad catalana, que según la historiografía oficial en la región no arranca con Francesc Macià durante la Segunda República, sino que hunde sus raíces en la tabla redonda o más allá, en los tiempos del Señor de los Anillos, Dragones y Mazmorras o Juego de Tronos. Con esos antecedentes, normal que se haya abucheado a Montilla, un señor de Córdoba que se insertó entre Maragall (ausente por razones obvias) y Mas cuando regía la mentira pujolista de que era catalán cualquiera que viviera y trabajara en Cataluña. Pero eso no era más que una de tantas invenciones de Pujol, como la de su honradez y austeridad.

A Montilla no le perdonan sus orígenes andaluces a pesar de que montara el pollo padre cuando el Tribunal Constitucional, allá por 2010, tumbó un par de preceptos del Estatuto prometido por Zapatero y que no ratificó ni la mitad del censo en Cataluña. O a pesar de que votara en contra en el Senado de la aplicación del artículo 155 de la Constitución para frenar el golpe de Estado que estaba dando su colega en el cargo Puigdemont. Puede que Montilla, en su fuero interno, esté más orgulloso de haber sido ministro de Industria, Comercio y Turismo del Reino de España o alcalde de Cornellá, pero ninguno de esos cargos lleva aparejadas las prebendas de las que disfrutan los expresidentes de la Generalidad, con sueldo, chófer, secretarias, guardaespaldas y demás regalías de por vida.

El caso es que ahí estaba el hombre, todo sonriente entre Pujol y Puigdemont, dos afamados procesados y procesistas. El primero escribió que los andaluces son hombres "poco hechos". El segundo considera que España es el "país vecino". Montilla, en medio, representaba al PSOE que está dispuesto a amnistiar a Pujol (pendiente de un improbable juicio en la Audiencia Nacional) y a Puigdemont. Pero el enlace de Sánchez con los golpistas no es Montilla, sino Rodríguez Zapatero. El papel que el nacionalismo atribuye a Montilla es el de charnego agradecido. Nada más.

Mención aparte merecen las alusiones de Pujol a los "negros, asiáticos y sudamericanos", los nuevos andaluces, extremeños y murcianos, a quien según el padre del "procés" "tenemos la obligación de acoger", pero sin perder nunca la identidad. Catalana, por supuesto. Nunca española. A cualquier otro dirigente o exdirigente político español le estaría cayendo a estas horas la del pulpo por racista, xenófobo y supremacista.

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