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El error de Putin

Si Prigozhin pudiera hablar, diría que se arrepiente de haber cedido y no haber intentado llegar a la capital a enfrentarse con las tropas de Putin.

Si Prigozhin pudiera hablar, diría que se arrepiente de haber cedido y no haber intentado llegar a la capital a enfrentarse con las tropas de Putin.
Prigozhin, en una de las imágenes que ha distribuido desde el frente de guerra. | Cordon Press

En 1804, Napoleón, siendo todavía sólo primer cónsul, dio la orden a sus coraceros de cruzar el Rin y secuestrar al duque d’Enghien, al que creía implicado en un complot monárquico contra él. El malhadado duque fue trasladado a Francia y poco después, ejecutado. Se dice que fue Talleyrand, porque le pega haberlo dicho, aunque quizá fuera Fouché, que también le pega, pero parece más probable que fuera Boulay de la Meurthe, bonapartista hasta el final, el que dijo: "Es peor que un crimen, es un error". La ejecución provocó una ola de indignación en toda Europa y debilitó la posición de Napoleón en el interior de Francia. Eso le obligó a tomar la arriesgada decisión de coronarse emperador. Le salió bien, pero pudo ser fatal.

El asesinato de Prigozhin es también peor que un crimen, es un error. Es notorio que Putin suele castigar con la muerte las defecciones. Lo hace con los dobles agentes que huyen antes de ser descubiertos a Occidente, con los periodistas críticos que publican información que Putin no desea que se conozca, con quienes censuran al régimen desde una posición de autoridad y con cualquiera que se oponga a su liderazgo. En este sentido, Prigozhin era un obvio candidato a tirarse por una ventana, suicidarse en la habitación de un hotel o, como al final ha ocurrido, fallecer en un accidente aéreo.

Sin embargo, en esta ocasión hay un factor diferente, muy relevante, que no aparece en el rosario de asesinatos que le precedieron. Prigozhin desistió de su marcha sobre Moscú porque llegó a un acuerdo intermediado por el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, según el cual el jefe de los Wagner renunciaba a su intentona golpista y trasladaba su grupo de mercenarios a Bielorrusia a cambio de inmunidad. Putin no ha cumplido su parte. El mandatario se revela así como alguien que no honra sus promesas. Si Prigozhin pudiera hablar, diría que se arrepiente de haber cedido y no haber intentado llegar hasta la capital a enfrentarse con las tropas que permanecieran leales a Putin si de todas formas lo que le esperaba al final era la muerte. Al mandatario ruso no le importa nada de esto porque Prigozhin ya está muerto y todos los que se vean tentados de obrar como él ya saben lo que les espera. Es verdad, pero ahora también saben que, si emprenden alguna acción contra el déspota, no podrán dar un paso atrás y que no han de fiarse de ningún trato que el dictador les ofrezca, lo que significa por supuesto que será más improbable que haya un desafío al poder, pero también que, si lo hay, será mucho más difícil de sofocar porque quien lo lidere irá hasta el final. Para lo único que ha servido este asesinato pues, es para enseñarle a los futuros conspiradores que, si se deciden a actuar, tendrán que poner todo su empeño y su capacidad en acabar con Putin. Los que surjan serán unos enemigos temibles porque no se rendirán jamás. Es lo que diría Talleyrand, o mejor Fouché, o quizá Boulay de la Meurthe, el asesinato de Prigozhin "es peor que un crimen, es un error".

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