
Escribía Manuel Jabois en El País que Luis Rubiales no tiene idea de nada en absoluto, ni de por qué está mal besar a una mujer porque te da la gana, ni de por qué está pidiendo disculpas por ello. Pero hay que entender al pobre Rubiales. La primera que se lanzó al cuello del presidente de la Federación Española de Fútbol fue Irene Montero, la ministra que rebajó la pena a más de mil violadores y excarceló a más de cien. No solo no dimitió, sino que se mostró orgullosa de su política antipunitivista y le echó la culpa a los jueces por heteropatriarcales. ¿Cómo se atreve la sueltavioladores, debió pensar el pobre Rubiales, a señalarme por un beso?
A continuación fue el ministro de Deportes, Miquel Iceta, con el que tuvo que flipar el pobre Rubiales. Alguien al que no se le conoce actividad deportiva alguna, salvo bailes ridículos en mítines pueblerinos, y que no tuvo ni el arrojo ni la gallardía de llamar la atención a Rubiales cuando lo tenía al lado tocándose los genitales y besando a Jenni Hermoso. También fue un cobarde Iceta lavándose las manos respecto a las reclamaciones de las mujeres para que las personas trans compitan en categorías específicas para trans o en una categoría absoluta. "Ahora el pollo se hace el gallito" pensará el pobre Rubiales.
Por no hablar de lo que tuvo que rayarse el pobre Rubiales con Pedro Sánchez, que no cesó a Irene Montero por la cuestión de la excarcelación de violadores y reclamó como mérito no haber dado a la extrema izquierda los ministerios más importantes, reconociendo implícitamente que el Ministerio de Igualdad, del que tanto presume a la hora de hacerse fotos narcisistas con perspectiva de género, no era sino un chiringuito para mantener en el pesebre a las chicas de Pablo Iglesias, el macho alfa que sueña con azotar hasta hacerlas sangrar a las periodistas críticas.
También ha debido alucinar el pobre Rubiales escuchando al camión de feministas de izquierdas con Máster de Género reclamando igualdad salarial en el fútbol para hombres y mujeres, lo que significa que en dicho Máster no es que no den ni una asignatura de Economía, dado que en el deporte se suele ganar en relación con lo que se genera en el mercado, sino que es un abismo de demagogia, idiocia y postureo pseudofeminista. A dichas feministas de izquierda, por cierto, jamás les he escuchado hacer un comentario significativo de fútbol, no distinguiendo a Bonmatí de Coll, lo que es un indicio de que usan el fútbol jugado por mujeres como una excusa para su agenda política de lucha de sexos. De hecho, las mujeres ganan en la selección mucho más en tanto por ciento de lo que reciben los hombres, algo sobre lo que sospecho que Rubiales, que no es feminista pero sabe por dónde van los tiros políticos, ha tenido mucho que ver.
El pobre Luis Rubiales se habrá quedado también pasmado de ver a tantos intelectuales que presumen de despreciar el deporte en general, y el fútbol en particular, aprovechando para convertirse en paladines de la corrección política. Críticos literarios y filósofos metafísicos que creen que el soccer es un tipo de salchicha celebran a una jugadora por ser gitana y a otra por ser negra, reduciéndolas a un cliché étnico y mancillándolas en su calidad deportiva, que es por lo que están en la selección y no por cuotas ni por discriminación positiva made in el feminismo socialista.
De la reina Letizia no se sabe que haya dicho nada, pero tuvo que sorprenderse el pobre Rubiales de verla aparecer en la final del Mundial cuando no se ha dignado aparecer, ni ninguna de las infantas, en las dos últimas finales de la Copa de la Reina. Y lo sé porque a diferencia de tanta feminista de pacotilla, de políticos conversos y de periodistas oportunistas, yo sí vi las dos finales y por allí no se encontraba nadie de la realeza. Podían haber mandado el Emérito (al que le encantan lo saraos) o la Emérita (que tampoco iba a dichas finales, por cierto) para rellenar.
Entender al pobre Rubiales no significa justificarlo. Y no es que Rubiales tenga que dimitir, es que tienen que echarlo a patadas. Del mismo modo que Sánchez tenía que haber echado a patadas a Irene Montero y haber apuntado a Iceta a un gimnasio a ver si aprende a distinguir una mancuerna de la zumba. De paso, dimitir el mismo Sánchez por el ataque brutal de su gobierno socialista a las mujeres de este país que están sufriendo una ola de violaciones. También podrían las feministas de cuota aprovechar para complementar el fraude de conocimiento que suponen sus Máster en Degeneración del Feminismo con algún curso en el que aprendieran algo de verdad, por ejemplo, cómo funciona Transfermarkt. Por cierto, conozco a muchísimos hombres que ven fútbol jugado por mujeres y lo aprecian sinceramente, mientras que hay mujeres que lo reivindican pero no saben lo que es un fuera de juego. La Cadena Ser retransmitió el paso de autobús de las campeonas por la Gran Vía. No había mucha gente que digamos, mucho menos asociaciones feministas que ahora se mesan los cabellos teñidos de violeta. A la Reina no le vamos a pedir que abdique –ya se encargarán Sánchez, Iglesias, Rufián y Otegi de pedírselo próximamente pero por las malas–, pero no estaría más que algún año que otro se pasara por la final del campeonato que lleva su nombre.

¿Tiene culpa el pobre Rubiales, al fin y al cabo un gañán elevado a amo del mundo, de la que le está cayendo? Sin duda. Procedente de la cultura del pelotazo de la beautiful people socialista que mamó, es el típico paleto que pide el vino más caro de la carta aunque ya le podrían poner Don Simón. Apoyado y aplaudido por otros que tal en el entorno deportivo y periodístico –no hay más que ver a sus cuates en la Federación, de Piqué a los presidentes de las territoriales–, para oler el pestazo a cutrez testosterónica que se respira en las altas esferas de la administración deportiva. La caída de Rubiales deberí servir, por tanto, para limpiar los establos de Augías de tanta casta vividora y oportunista que medra en el ámbito público español. Luis Rubiales es un pobre hombre enriquecido gracias a que en España siguen funcionando los patios de Monipodio de los acuerdos turbios entre personajes sin escrúpulos. La cuestión de fondo es que aunque él desaparezca del panorama, seguirá habiendo demasiados pobres hombres entre la casta dirigente, cada vez más secta y menos élite. Más pobres hombres y, ay, pobres mujeres.
