
Como muy bien describió Cayetano González en un excelente artículo publicado en este mismo medio, el PNV se encuentra en un callejón sin salida. Y como siempre hacen los políticos en estas situaciones, los del PNV han decidido huir hacia adelante envolviéndose en los fueros y recordando lo felices que éramos con los Austrias, cuando España era una nación de naciones. Es como si en Francia un político bretón recordara lo bien que se vivía antes de la Revolución Francesa. No obstante, ésta tan sólo es la parte sentimental de la pieza de Urkullu publicada por El País. La traducción práctica de tanta reflexión reaccionaria es la de querer impulsar una "convención constitucional" de partidos al margen del Parlamento. Su función sería la de interpretar la Constitución de manera que España se transforme en un Estado confederal en el que, si se entiende bien el galimatías nacionalista, Galicia, Cataluña y País Vasco, que no existían en ese Jardín del Edén anterior a la guerra de Sucesión, serían reconocidas como naciones confederadas con el resto. Para evitar que este sobrante fuera excesivamente fuerte, se dividiría en estados federados que sustituirían a las actuales Comunidades Autónomas con competencias sensiblemente inferiores a las de las comunidades históricas. Naturalmente, Navarra sería absorbida por el País Vasco. ¿Cabe semejante disparate en la Constitución? En absoluto, pero cuentan con que Sánchez controla el Tribunal Constitucional y puede, si no tiene más remedio que hacerlo para sostenerse en el poder, obligar a Pumpido a decretar que España es lo que Urkullu quiera que sea.
Una de las ambiciones a las que aspira el peneuvista es la de que la separación de poderes sea sustituida por la división territorial, de manera que en cada territorio el que mande controle a los tres poderes dentro de él. Se queja Urkullu de que ellos, como otros nacionalistas, no tienen representación en el Poder Judicial y que no controlan a quien imparte justicia en su territorio. Da por hecho, con la desenvoltura propia de quien no tiene empacho en reconocer cómo son en realidad las cosas, que el Poder Judicial está dominado por el Ejecutivo y lamenta que ese control que el Gobierno de España tiene sobre los jueces no encuentre réplica en las Comunidades Autónomas, al menos en las que él llama históricas. Quiere, en definitiva, mandar sobre los jueces del País Vasco como Sánchez manda sobre los de toda España. Mientras eso no se produzca, según el lehendakari, no podrá decirse que Euskadi ha alcanzado las cotas de autogobierno a las que el pueblo vasco aspira.
Naturalmente, Félix Bolaños, por hacerle la pelota a su jefe y sabiendo la disposición de éste a bajarse cuantas veces hagan falta los pantalones, se ha apresurado a valorar positivamente la propuesta. Pilar Alegría, sin embargo, se ha dado cuenta de que, por mucho que el insaciable pesebre socialista quiera que su partido siga controlando el presupuesto a costa de lo que sea, quizá haya cosas que a lo mejor no son digeribles. Al menos por ahora. Así que, la ministra ha desdeñado la alucinación de Urkullu nacida de la desesperación que describiera Cayetano aquí. ¿Quién interpreta mejor la intención de Pedro Sánchez? Todos sabemos la respuesta. Otra cosa es que a Sánchez le convenga por ahora ocultarla hasta que lo que ellos llaman la España plural, integrada por quienes la quieren destruir, procedan a investir a Sánchez.