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Itxu Díaz

La dotación

No es buena idea minusvalorar la generosa dotación de once millones de compatriotas que no van a permitir que un capricho les arrodille ante golpistas.

No es buena idea minusvalorar la generosa dotación de once millones de compatriotas que no van a permitir que un capricho les arrodille ante golpistas.
El candidato a presidente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, durante el debate de investidura | Europa Press

Carlos González-Garcés era concejal socialista del ayuntamiento de La Coruña, encargado del área de Seguridad Ciudadana. Comparecía ante los medios con toda la pompa, junto a su equipo y el uniformado sargento jefe de los Bomberos, para valorar ciertas medidas tomadas en su área. Presumía de los cursos de formación dados a los bomberos de la ciudad, cuando tuvo que responder sobre los vehículos y recursos que tenían a su disposición para extinguir incendios. Con asombrosa solemnidad y gesto serio, contestó al instante, presumiendo de su gestión, y disipando cualquier duda sembrada por los partidos de la oposición: "los bomberos están muy bien dotados". Al eterno silencio le siguió un ataque de risa ya histórico, que se contagió a todos los presentes, duró largos minutos, y obligó a dar por terminada la rueda de prensa para evitar que el concejal muriera ahogado. Pero al despedirse, la volvió a liar: "si queréis hacer alguna pregunta sobre la dotación de los bomberos… tenéis aquí al responsable", señalando con el dedito al sargento jefe del cuerpo, que por entonces estaba también partiéndose la caja y no podía articular palabra.

La historia de los bomberos bien dotados de La Coruña le acompañó durante toda su vida profesional y, sobre todo, contribuyó a humanizar un tanto a la clase política en los tensos días que precedieron a las elecciones marcadas por el 11-M, donde por cierto comenzaron todos los males que ahora asolan a nuestra nación; viéndolo con perspectiva, es obvio por qué "no se podía saber".

Mientras el debate de investidura fallida de esta semana mostró a un Feijóo líder y cercano, nos ha enseñado la peor cara de un Sánchez completamente deshumanizado, convertido en una máquina de picar instituciones, y cuyo único argumento político es presumir de su dotación, es decir, de Óscar Puente, el revisor. Sus risotadas histéricas en el escaño nada tenían que ver con aquellas espontáneas de González-Garcés, sino que eran tan solo estertores sonrientes de cómic que al segundo le dejaban los ojos y la mandíbula como Cancelo en su entrevista tras el partido contra el Celta, para volver después al aspaviento sonriente.

Es sorprendente el desconcierto y la debilidad extrema del Gobierno cuando la oposición hace su trabajo. Feijóo lo ha hecho por fin esta semana, cuando se decidió a hacer oposición con Vox contra el Gobierno, y no con el Gobierno contra Vox como en otras ocasiones. Los aspavientos nerviosos, casi espasmos, de Sánchez, mientras Feijóo dejaba silencios solo para mirarle fijamente a los ojos, delatan que el berenjenal en el que se está metiendo el presidente es demasiado grande, peligroso y complejo incluso para él, que presume de tener mejor dotación que la del Parque de Bomberos de La Coruña.

El cruce de cartitas amenazantes entre los golpistas catalanes y Ferraz nos los podríamos creer si no fuera evidente que están escritas por la misma mano, la del guionista que ha preparado ya toda la película que termina con Sánchez entrando de nuevo como presidente en La Moncloa, si bien ya no podrá presidir el Gobierno de España tras la amnistía, porque habremos entrado de lleno en un nuevo régimen.

Contra el golpe, la esperanza institucional está en la defensa de la Constitución que harán los partidos de la oposición, y en el Rey, pero todavía será necesaria la presión de toda la sociedad civil. Resulta irritante que estemos otra vez en el ombliguismo catalán teniendo el país hecho unos zorros, pero lo cierto es que frenar este golpe es –como fue en su día— la única prioridad para todos los ciudadanos, porque sin la Constitución, sin democracia, sin igualdad ante la ley, y sin libertad, no quedará ya nada que defender.

Lo ha insinuado Abascal, más bravo, y también Feijóo, más gallego, pero no está de más recordarle al PSOE, ese que está otra vez encomendando su futuro al matonismo y a la tensión callejera, que no es buena idea minusvalorar tampoco la generosa dotación de once millones de compatriotas que no van a permitir que un capricho de megalómano arrodille ante golpistas de tres al cuarto a toda esta gran nación. Quizá por eso Sánchez odia tanto a los españoles de bien, por aquello que un día firmó Nicolás Gómez Dávila: "Quien nos traiciona nunca nos perdona su traición".

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