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Federico Jiménez Losantos

El curioso destino de Alberto Núñez Feijóo: próxima estación, Barcelona

El liderazgo absoluto de Feijoo en la derecha necesita aun el refrendo de las masas que van a salir a la calle contra la amnistía y contra Sánchez.

El liderazgo absoluto de Feijoo en la derecha necesita aun el refrendo de las masas que van a salir a la calle contra la amnistía y contra Sánchez.
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, saluda a su salida de la segunda votación de la investidura. | Europa Press

Todos los políticos importantes tienen un destino. No importa lo mucho que hayan tratado de controlarlo, de ahormarlo a sus expectativas, de evitar los errores que les impidan alcanzar su meta, al final, acaban dependiendo de circunstancias que no pueden dominar, porque nadie controla la historia y porque, en la política democrática, sujeta a los vaivenes de la fortuna y los sentimientos de las masas, hay algo inaprehensible, caprichoso, que escapa a todas las previsiones y obliga a hacer las cosas que se quisieron evitar. Y Alberto Núñez Feijóo, tras la calculadamente fallida investidura, está más cerca que nunca de un poder, el del gobierno de España, que pensaba iba a recibir casi por inercia, pero que ahora deberá ganar en dura lucha personal.

La ambición de un niño, las certezas de un adulto

Creo conocer el tipo de ambición que mueve, hasta sin querer, a Feijóo. Es hijo de una familia modesta de un lugar tan humilde de Galicia, Os Peares, que depende de cuatro pueblos. Esa encrucijada geográfica, paradigma de la aparente indefinición gallega -sólo aparente, pero raíz de tantos tópicos- explica en parte su curioso destino. Su familia, como la mía, fio su futuro a la educación, él correspondió ganando una beca y supo conservarla hasta el final de la carrera. Y en el momento de alcanzar lo que para sus padres y él mismo era una profesión para poder decir que "había llegado", que eran las oposiciones a juez, su padre pierde el empleo y el opta por otra más sencilla para ganarse la vida por su cuenta. Y ahí, en la burocracia autonómica y, enseguida, en la nacional, alcanza muy joven el éxito, casi por escalafón.

En realidad, cuando se llega tan joven al Insalud y a Correos es porque, sin darse apenas cuenta, ha pasado la frontera de lo profesional y entrado en el incierto territorio de lo político. Ese primer trayecto lo hace dentro del PP sin ser del PP, aspecto personal que explica su aversión a las definiciones ideológicas. Al fin y al cabo, hasta entonces le había ido muy bien sin ellas. Pero alcanza un nivel en que los nombramientos políticos no llegan sin carné, y entonces lo coge, sin entusiasmo, pero con determinación. El es él, y no le gusta depender de lo que, sin embargo, es la fuente de poder. Cuando recoge el testigo de Fraga el PP está dividido en birretes y boinas, amén de cacicazgos provinciales. Esos alineamientos le son ajenos. Y como no es de nadie, salvo de sí mismo, hay casi consenso en que tome el Poder.

Las circunstancias internas eran dramáticas. Fraga, ya muy mayor, había perdido por la mínima en 2005. Y, sin poder, el partido parecía ir a la deriva. Pero en 2006 Feijóo gana el congreso del partido, se convierte en el jefe de la oposición al gobierno PSG-BNG, de Touriño y Beiras, y en el parlamento regional logra desquiciar a sus rivales. Un día, Beiras llegó a saltar de su escaño para pegarle. Pero, tras la durísima oposición, Feijóo encadena cuatro mayorías absolutas. Instalado en el poder durante tantos años, se ha olvidado a aquel Feijóo implacable de la oposición a la izquierda y los nacionalistas. Pero ya se ha encargado él de recordarlo en las Cortes. El niño de Os Peares siempre supo que el triunfo nunca es fácil.

El poder en la era de Rajoy y Soraya

Los años de sus mayorías absolutas son los de Rajoy y Soraya. Y es inevitable que, al repetir sus éxitos, pensara o le hicieran pensar que había un escalón, sólo uno, que le quedaba por subir: el Gobierno de España. Y ese es el momento en que Soraya, la Baby Macbeth de Rajoy, filtra la foto de 1977 con el que aún no era ni contrabandista de tabaco Marcial Dorado. Por cierto, que Dorado acaba de declarar que le han ofrecido fortunas por hablar de la foto, de Feijóo y de todo lo que pueda usarse contra él. Y que él se ha negado. Pero con Rajoy en el Gobierno y Soraya mandando, no fallaba: cada vez que, por lo que sea, Feijoo despuntaba, zas, salía la foto.

Esos años son los del tiempo detenido, los de la fantasía de que el gran problema nacional, el de Cataluña activado por Pujol y reactivado por Zapatero no exige mayor atención que la administrativa y de la compra de paz parlamentario por los territorios que empiezan a escindirse. Era muy feo en aquel PP, que era el de Feijóo en el poder, dar la batalla cultural contra la izquierda y el nacionalismo, estrechamente aliados, de ahí la política lingüística en Galicia, que Fraga calcó de Pujol y que margina objetivamente una de las dos lenguas, el español, y contra la izquierda, cuya más ofensiva manifestación fue decir sobre el enfrentamiento de Cayetana con Pablo Iglesias que "no se podían perder los papeles". El problema de aquel PP, que sigue vivo, era presumir de gestión mientras la extrema izquierda (la Sexta, creada por Soraya) iba escribiendo el guion.

Ese guion es el de la intentona de Mas y el golpe de Puigdemont, contra el que Rajoy y sus sorayos mandaron piolines y traicionaban a la policía en 2017. Traición cobarde y miserable nacida de un análisis erróneo de la situación política, que era y es de crisis nacional, no sólo de Estado. Pero lo que pensaban los regionalistas del PP, con Feijóo a la cabeza, era lo que quería la izquierda que pensara la derecha, que la solución siempre era ceder, transigir, pactar por debajo de la mesa y soltar dinero y más dinero. Esa retórica seguía viva en el PP, cuando Casado quiso asesinar civilmente a Ayuso, ella no se dejó, cayó Casado y todo el partido se entregó a Feijóo.

El aterrizaje de Feijóo y la campaña electoral

Aunque llegó a la presidencia del PP como siempre quiso, bajo palio y tras pactar con Ayuso y Moreno Bonilla, sus primeros pasos confirmaron los peores presagios: congelado en el tiempo, como insecto en el ámbar, actuó como si el golpe de Estado de 2017 hubiera sido una manifestación más del "problema catalán" que se trataba con dinero y mimos lingüísticos. Dos frases mostraron el apego a tan fracasada retórica: el "bilingüismo cordial" y el "encaje catalán", propias de Suárez o del Pacto del Majestic pero no para combatir a Sánchezstein. Y en el fondo de esas apolilladas endechas latía la esperanza absurda de pactar, como antaño, con el PNV y Convergencia, por ser de derechas, como si el golpe, la traición a Rajoy y el pacto con Sánchez fueran reversibles. Un desastre. Luego llegó el gran éxito de las autonómicas y municipales, Sánchez forzó las generales, y en la campaña vimos el inesperado triunfo de Feijóo en el debate televisivo y su ocultación por los chanquetes del "Verano Azul" en la última semana de campaña. Y así, contra pronóstico, pero no sin motivo, llegó el gran chasco.

Tras el golpe de haber creído a pies juntillas a las encuestas y a sus deseos de victoria sin lucha, como la de Rajoy en 2011, llegó el encargo del Rey a Feijoo para formar Gobierno, y se manifestó una vez más el eterno desprecio a los votantes del PP, cuando González Pons, dijo que Junts, el partido del Golpe y Puigdemont, era "impecablemente democrático". Esa chulería traicionera, digna de Sánchez con sus hueviales, hicieron más que el chasco electoral para que los once millones de votantes de las derechas olvidaran que Feijóo había aplastado a Sánchez el debate televisivo. Y al llegar el debate de investidura, todos esperaban la apoteosis de Sánchez.

Y sucedió el milagro. Previsible, atendiendo a los precedentes de Feijóo; inimaginable, tras la campaña y el cortejo a Puigdemont. Y el efecto fue mayor, porque entre la desesperanza o la desesperación de las derechas, apareció, simplemente, un líder. Hablaba por primera vez en el Congreso y los pulverizó a todos, desde los sociatas y comunistas al PNV y Junts. Aún asomaba un relente nostálgico del pujolismo, pero triunfó la determinación de hacer frente al golpe a la democracia y al régimen constitucional del 78.

De ahí que empezara la campaña de las elecciones vascas contra el PNV, aunque con un PP sin organizar, igual que en Cataluña. Lo que iba a ser un paseo hasta la Moncloa a hombros del partido, se convirtió, gracias a los españoles que salieron a las calles de Madrid indignados con Sánchez, en un líder rescataba a su partido de la enésima traición a su base social. Y, por esas bromas del destino, el PP, que no pudo gestionar peor la convocatoria partidista de Madrid, puede recuperarse del todo el día 8 en Barcelona, si su líder se deja dar un baño de multitudes que lo consagraría definitivamente.

La estación de Barcelona y el liderazgo de las derechas

Increíblemente, Feijóo aún no ha dicho si va. ¿Teatro o dudas de Génova 13? La obsesión del aparato del PP es siempre evitar que el líder pinche, para lo cual deben convencerle, como en Madrid, de que puede pinchar donde no puede. Y más de una vez, el líder cede. Lo he visto tantas veces con Aznar, con Rajoy y con Casado, que no me sorprendería. Y lo cierto es que el liderazgo absoluto de Feijoo en la derecha necesita aun el refrendo de las masas que van a salir a la calle contra la amnistía y contra Sánchez.

¿No ha bastado la faena parlamentaria del Congreso? No. Falta la estocada, sin la que no hay triunfo. Y eso no se lo puede ya ofrecer la mayoría de escaños que entre PP y Vox lograron no conseguir, sino la única fuente de legitimidad que queda frente el golpe de Sánchez: las masas en la calle. ¿Dudan aún de Feijóo? ¿Cómo no van a dudar si es del PP? Recordemos la convergencitis de Pons, el bilingüismo fatuo de Semper, los balbuceos de Cuca y la catastrófica organización de Bendodo, sólo dos días antes de la investidura. Pero cuando militantes y votantes no esperaban nada del PP, la soberbia actuación de Feijóo les ha devuelto la ilusión y las ganas de lucha. ¿Será capaz de desaprovecharlos? Por supuesto. Recuerden que es del PP.

Sin embargo, creo que el curioso destino de Feijóo le obliga a hacer lo que no le apetece, porque es verdad que querría pactar acuerdos con el PSOE. Y es verdad que preferiría no depender de Vox. Y es verdad que le gustaría no recurrir a la calle, porque está cómodo en las instituciones representativas. Sin embargo, para llegar al Poder, como ya hemos visto que ha decidido, deberá actuar a la vez como tribuno de la plebe y como senador romano; recuperar, se ve que no las ha olvidado, sus garras de opositor a Touriño. Y acaudillar la resistencia al golpe de Estado que pretende imponer Sánchez.

Al final, decidirá el carácter de Feijóo

En El retorno de la derecha, del único líder que no hago un retrato es de Feijóo. Y la razón es de honestidad intelectual: no veía claro su programa. Hoy empieza a tener uno, pero con el que no contaba. Defender la España de ciudadanos libres e iguales es lo contrario de pactar privilegios con el PNV o el catalanismo traidor. Su éxito en el discurso es que se atuvo a lo que defiende la derecha social, que son valores más que ideas, y entre ellos tiene un papel fundamental la autoridad, que en política es el liderazgo. A falta de un ideario claro, tiene el carácter necesario para la lucha política descarnada que se avecina. Y eso es lo que se pide a un líder. Ni cálculos ni esperas: determinación. Ya ha cumplido, y sobradamente, el encargo del Rey. Ahora, la defensa de la Corona y del régimen del 78 lo necesitan al frente de la media nación que no se resigna a morir, y que lo ve como el clavo ardiendo al que aferrarse.

Si su esfuerzo es sincero, si el PP de Cataluña y el País Vasco, pendientes de la enésima reorganización desde Vidal Quadras y María san Gil, no vuelven a ser la copia desvaída del nacionalismo, traición siempre castigada en las urnas, tendrá el respaldo del pueblo y sus votos. Si rechaza su destino y no baja en la próxima estación, que es Barcelona, el suyo será el mayor chasco de la derecha española en varias décadas. Y sinceramente, no creo que el muchacho de Os Peares acepte una forma tan triste de pasar a la Historia

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