
Antes de que Pablo Iglesias fuese vicepresidente del Gobierno, y jamás se retractó después, se refirió con claridad a la relación de Podemos con Irán. "Mucha gente puede decir: ‘Vosotros, si sois de izquierdas, ¿cómo podéis hacer un programa para un Gobierno como el de Irán, que es una teocracia?’". Y se respondió a sí mismo ante sus fieles: "A los iranís les interesa que se difunda en América Latina y España un mensaje de izquierdas para desestabilizar a sus adversarios, ¿lo aprovechamos o no lo aprovechamos?".
¿Cómo extrañarnos de que la izquierda española y los buenistas alelados defiendan el terrorismo obvio y explícito de Hamás, Hezbolá y otros grupos islámicos sobre Israel cuando Irán es enemigo declarado de los Acuerdos de Abraham que ampliaron las relaciones diplomáticas del Estado de Israel a Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Sudán (ya desestabilizado) y Marruecos? Israel, oigan, es el culpable. Siempre. Hasta de ser bombardeado. Es la tesis de ETA. España era la culpable de sus asesinatos, no ellos. Y la de Putin: la culpable es Ucrania.
Pocos expertos incuestionados y decentes hay en relaciones internacionales –yo no soy uno de ellos—, porque la "propaganda negra" lo penetra todo merced a la eficacia de servicios secretos con licencia para todo y difíciles de distinguir. Es la apoteosis de la sospecha. Se ha extendido el mensaje de que todo es un fallo de la inteligencia hebrea, algo bien raro. Pero quién sabe. Conocer la información veraz acerca de lo que ocurre en esta tierra, que parece maldita más que Santa, es tarea casi imposible para los ciudadanos comunes del mundo.
También ocurre entre nosotros. ¿Sabemos siquiera qué fuerzas extranjeras están interesadas en desestabilizar la democracia española, especialmente mediante los separatismos? Una de ellas, Irán, ya la desveló Pablo Iglesias. Otras siempre han sido Francia y Marruecos, los malos vecinos. Pero no se queda ahí la cosa, no.
Que Rusia ha ayudado muy especialmente al golpista Puigdemont y su partido fue denunciado incluso por Gabriel Rufián. Sea por lo que sea, el dominio del Mediterráneo controlando algunos de sus puertos, sea por causar grietas en el frágil edificio europeo que apoya a Ucrania o por otras cosas, pocas dudas hay de que Putin y el separatismo catalán tienen secretos. Incluso The New York Times publicó en septiembre de 2021 un reportaje que destacaba que Josep Lluís Alay, jefe de la oficina del prófugo, buscó el apoyo de Rusia llegando a reunirse en Moscú con funcionarios y agentes secretos.
También se buscó el apoyo de China, menos simpatizante de la causa debido a la incómoda existencia de Taiwán. Sin embargo, hay que tener en cuenta que según la Fundación España-China, el gigante asiático era ya en 2022 el principal socio comercial del Puerto de Barcelona. Nada menos que el 27,5% de los contenedores con origen y destino en el puerto ya estaba en sus manos.
En el caso del separatismo vasco, fue y es muy ayudado por las izquierdas sudamericanas hoy en muchos gobiernos; por Francia, según el propio Zapatero, donde sus comandos tuvieron libre circulación durante décadas (evitando así que el conflicto se extendiera al País Vasco-francés) y por ciertos mininacionalismos europeos. Poco después de la aprobación de la Constitución en 1981, se supo que Cuba, Argelia y Rusia apoyaban a ETA y el separatismo vasco.
Es la geopolítica, que diría el tontolisto Pablo Iglesias, que suele imponer sus designios cuando alguna nación, la que sea y en este caso España, deja de tener una conciencia clara de sí misma y de su papel, de los intereses generales de sus ciudadanos y de la necesidad, por poco que guste, de unas fuerzas armadas (cuyo jefe supremo en España es el Rey, vaya) y unos servicios de inteligencia que sirvan a gobiernos democráticos que, en cuestiones como la supervivencia nacional y la defensa, debería estar por encima de cualquier eventualidad electoral.
Pero cuando damos con un tipo como Pedro Sánchez, todo es posible, muy especialmente por la imposibilidad de que los ciudadanos dispongamos de información real y fiable. Se ha impuesto la memadoxia, el reino absoluto de la opinión banal sustentada, no en información veraz, sino en la credulidad y la ingenuidad, auxiliada por la memagogia, esa forma degenerada de la demagogia sublimada por Yolanda Díaz.
Mientras escribo, centenares de miles de españoles se manifiestan en Barcelona desamparados por su gobierno provisional y arrinconados por el gobierno separatista. Unos dirán que fueron menos que en 2017, lo que sería natural porque faltaron los socialistas, en su mayoría charnegos oriundos del resto de España que emigraron para ganarse la vida y ahora consienten que la lengua materna no sea la de sus hijos, cosa que los separatistas defendieron siempre, sólo para ellos, claro. Otros dirán que más o menos han sido los mismos.
En todo caso, hubo muchos, muchísimos. Pero si esta manifestación acabó ayer en Barcelona y no la sostenemos y la encaminamos hacia la reconciliación de 1978 y la revitalización constitucional, esas manos oscuras que mecen miserablemente las cunas seguirán destruyendo a la nación y enterrando el discurso del Rey de 2017. Por ello, necesitamos pasar de la España silenciosa a la España clamorosa, sí, Paco Vázquez. Resistiremos. Hasta aquí hemos llegado.
