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Sánchez desprecia la democracia

Todos los males que supone el sanchismo se han disparado desde la celebración de las elecciones generales el pasado 23-J.

Todos los males que supone el sanchismo se han disparado desde la celebración de las elecciones generales el pasado 23-J.
Pedro Sánchez. | Flickr/CC/Partido Socialista

Todos los males que supone el sanchismo —esa forma de ejercer la política basada en la única voluntad, caprichosa y egocéntrica del dueño supremo de la marca—, se han disparado desde la celebración de las elecciones generales el pasado 23-J. Elecciones, conviene recordarlo a los desmemoriados socialistas y tertulianos afines, que ganó el PP y que perdió el PSánchez. Hagamos un breve relato de esos males.

El más escandaloso es que, transcurridos veintiún días desde que el Rey le encargó a Sánchez someterse a una investidura, todavía no hay fecha fijada para la misma, por mor de la fiel y sumisa Francina Armengol, que para eso le puso su jefe al frente del Congreso, tras perder estrepitosamente las elecciones autonómicas en Baleares.

Pero no sólo no hay fecha de investidura —¿se acuerdan cuando el propio Sánchez, Patxi López, o la ministra portavoz papagayo que repite los argumentos que le escriben en Moncloa, criticaban la pérdida de tiempo para los españoles que suponía la investidura de Feijóo?— sino que hay una opacidad total sobre las negociaciones que está llevando a cabo el candidato con el prófugo de la justicia que habita en Waterloo. Falta de transparencia, secretismo, oscurantismo sobre cuestiones que no son baladí para el presente y futuro de España: amnistía para los golpistas catalanes; referéndum para que los catalanes decidan su futuro; un mediador, observador, conseguidor —¿internacional?, ¿o bastaría con uno de aquí, Zapatero, por ejemplo, que estaría encantado de hacerlo?— que siga el cumplimiento de los acuerdos a los que se llegue, como si el Reino de España fuese una república bananera.

El segundo mal del sanchismo: se ha cargado la democracia interna en su partido. ¿Cuántos comités federales —máximo organismo del partido entre Congreso y Congreso— ha celebrado el PSánchez desde que este señor habita en la Moncloa? ¿Qué debate hay en lo que antes era el PSOE? De vez en cuando, sale García-Page para discrepar un poco de lo que hace su jefe, pero no va más allá. Y sus diputados de Castilla la Mancha en el Congreso, votan como corderitos lo que dice el jefe supremo. Cuando discrepas en exceso, eres expulsado del partido, como sucedió en el caso de Nicolás Redondo. ¿A que no se atreven a echar a Felipe González o Alfonso Guerra, que han discrepado igual o más que Redondo Terreros?

Tercer mal del sanchismo: las manifestaciones, movilizaciones, concentraciones en la calle, cuando las impulsan los partidos del centro derecha o la sociedad civil, son tildadas de agitaciones callejeras para crear un clima crispado. Pero cuando las hace la izquierda, obviamente, son un derecho constitucional que tiene la gente, lo cual es cierto.

Cuarto mal del sanchismo: creerse por encima de todo y de todos. Quedó muy patente en el intento de investidura de Núñez Feijóo, cuando Sánchez renunció a intervenir, y la posición de su partido la defendió un hooligan venido de Valladolid. Pero no ha sido el único ejemplo. Sánchez ha hablado de su investidura con todos los portavoces parlamentarios —truco para evitar tener que hacerse, de momento, una foto con Otegui, Puigdemont o Junqueras— menos con VOX, porque los considera demasiado "fachas". Sin embargo, piensa que los herederos políticos de ETA, los golpistas de Junts o de ERC, y la derecha nacionalista del PNV son "muy progresistas".

Quinto mal: prohibir a los suyos ir a los sitios donde se pueden ver lesionados sus intereses. La ausencia de miembros del Gobierno o de presidentes autonómicos del PSOE en el debate celebrado la pasada semana en el Senado sobre la amnistía y la igualdad de los españoles es un claro ejemplo. Los García-Page, Chivite o Barbón no estuvieron en el Senado, porque no sabían qué decir, o si en el caso del castellano manchego decía lo que pensaba sobre la amnistía, tendría que medir muy bien sus palabras, para que no le confundieran con un presidente autonómico del PP o le expulsaran del PSánchez.

Sexto mal: no poder pisar la calle y admitir muy mal las críticas. Se dice que la cara es el espejo del alma. Pues la de nuestro personaje era todo un poema cuando el pasado día 12, con motivo del desfile de la Fiesta Nacional, tuvo que escuchar los pitos y abucheos del público junto con los gritos de "que te vote Txapote" cuando estaba saludando al Rey Felipe VI. ¿Pero qué espera este hombre? ¿Que después de las aberraciones que está llevando a cabo, la gente le aplauda y le saque a hombros? Es lo que tiene el sanchismo, y este es el último mal: pensar que la realidad es la que él dibuja, creerse un semidiós y que nada ni nadie están legitimados para llevarle la contraria. Más dura será su caída. El problema es que, mientras tanto, el daño que este personaje está haciendo a España, a la democracia, a la convivencia es enorme.

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