Dicen que algunos enfermos se recuperan repentinamente justo antes de morir del todo y yo no sé si eso es verdad exactamente. Lo que sí que sé, porque lo he visto, es que a veces, antes de morir, surgen como desde las entrañas unas irrefrenables ganas de seguir viviendo. De vivir a toda costa, no importa cómo, ni cuánto, ni con qué propósito. De vivir no importa qué, ni para qué, mientras se viva. Así que puede ser que en algunos cuerpos sentenciados se concentren esas ganas en un último esfuerzo atroz que gasta de un plumazo la energía. Y que al final ocurra, como ocurre con frecuencia, que el precio de la resurrección sea la muerte.
En el fondo, Sánchez espera que eso sea lo que pase con la masiva respuesta ciudadana que se ha opuesto a sus pactos con Junts durante las últimas semanas. Habla de ella como si se tratase de un espasmo involuntario, una reacción mecánica en la pierna de un cadáver. A lo sumo, como el esfuerzo inútil de un cuerpo social movido por el PP y por Vox; abocado como ellos al fracaso. Lo que no parece entender es que aunque tuviese razón y todo se debiese a una "llamada irresponsable" de Feijóo, el hecho incuestionable seguiría siendo que existe demasiada gente que le percibe no ya sólo como un mal candidato, sino como una seria amenaza.
Digan lo que digan los propagandistas del progreso y de la concordia recobrada, una legislatura que antes de empezar ya reconoce que la mitad de los votantes del país están cagados de miedo por lo que se les viene encima no puede ser muy halagüeña. Se trata de un número demasiado elevado de ciudadanos como para poder espantarlo con el socorrido comodín del neofascismo. Por eso, todo el meollo del debate de investidura de ayer podría resumirse en un momento. El momento fue cuando Sánchez le soltó a Feijóo aquello de que "nosotros somos tan españoles como ustedes" y Feijóo le contestó que a él no le dijese nada, que mejor le preguntase a sus socios cómo de españoles se sienten exactamente. Se dibujó entonces en el Parlamento la elocuente estampa de un candidato obligado a bregar entre dos aguas agarrado a una mentira. Al fin y al cabo, ni el embustero más consumado podría vender que busca la convivencia mientras se aúpa en el poder sobre los hombros de quienes reconocen querer romperla.
Es tentador resumir la situación de España con la imagen de dos moribundos aferrándose a la vida desesperadamente. En un lado está la respuesta atronadora de todos esos demócratas que se mueven todavía para salvaguardar los engranajes de un Estado de derecho amenazado por los intereses de Sánchez. En el otro el propio Sánchez, arrodillado e implorante, completamente a merced de unos antisistema que se jactan de poder asesinarlo en cuanto deje de resultarles útil. Tendemos a pensar que la vida de uno depende de la muerte del otro. A mí me da por preguntarme qué ocurriría en el improbable caso de que ninguno de los dos sobreviviese. Quién, desde el poder, querrá reconstruir los diques que le frenen una vez se haya marchado el último encargado de derribarlos.