
El debate de investidura dejó más claro contra quién se producía qué a favor de qué. Fue prácticamente una investidura en contra, y es natural que lo fuera. Era la secuencia lógica de un proceso electoral y postelectoral que se articuló, más que ningún otro de los anteriores, en torno a la consigna de "parar a la derecha". Y no podía ser a favor de nada consistente, porque la mayoría parlamentaria que se ha forjado para aupar a Sánchez no tiene otra coherencia que la que proporciona la consigna en cuestión. Por todo lo cual, fue también lógico y consecuente que la analogía que blandió el candidato como expresión del gran objetivo de su nuevo mandato fuese la del muro.
Qué discordante y qué inoportuno, el muro de Sánchez. Será que piensan en el muro de Facebook, vete a saber. Porque muro y democracia, esos dos elementos que mezcló el candidato en su cóctel como si funcionaran juntos, no se llevan nada y se llevan mal. Las democracias no levantan muros. Las sociedades democráticas se quieren sociedades abiertas, no amuralladas. Un muro cierra y encierra. ¿A quién se quiere encerrar? Pero este muro es el resultado directo de la consigna. La consigna de cerrar el paso. En noviembre, aniversario de la caída del Muro, va Sánchez y promete levantar un muro en España. Y no hay más que un muro: el Muro.
El muro de Sánchez no era pura retórica cursi. No solamente. Para su investidura levantó un muro alrededor del Congreso como nunca antes. Ni cuando aquello de Rodea el Congreso, en 2012, que estaba Rajoy, hubo un despliegue policial así. Pero las diferencias son evidentes. Cuando Rodea el Congreso, el muro de seguridad fue denunciado y censurado airadamente. Significaba el desprecio de los políticos por la gente que sufría. Era la señal de un Gobierno aislado que estaba contra el pueblo y no podía dejar que la gente se acercara a las sedes de un poder despiadado que imponía una austeridad de muerte. La democracia, la real, no estaba en el Congreso; estaba en los que rodeaban el Congreso.
En la investidura de Sánchez, todo al revés. La democracia está dentro del Congreso y la antidemocracia en la calle. El muro policial no significa aislamiento ni alejamiento. No muestra un antagonismo radical entre el candidato y el pueblo. El muro es para mantener a raya a la chusma, para proteger a los buenos de la violencia de los malos. Hasta filtraron que los malos tenían planos del Congreso y de los hoteles donde reposaban los diputados buenos y de que querían hacerse con armas. Y ya se ha visto lo que pasó. Nada. Pero la función del blindaje excepcional era demostrar la existencia de una violencia extrema de la derecha.
Cuando se acaba de amnistiar la violencia contra el orden constitucional, qué mejor que poner en circulación un peligro de violencia y sostenerlo con despliegues extraordinarios. Quedará para la historia que Sánchez montase, en su investidura, un dispositivo espectacular por si había un asalto al Capitolio con muñecas hinchables. Mientras tanto, el único acto de violencia política extrema producido estos días es un atentado contra un político de derechas llamado Alejo Vidal-Quadras.
