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José García Domínguez

El vía crucis suizo

El numerito humillante de Suiza ha acabado activando una fibra compartida que apela al más básico sentido de la dignidad nacional en la población española.

El numerito humillante de Suiza ha acabado activando una fibra compartida que apela al más básico sentido de la dignidad nacional en la población española.
Pedro Sánchez, Santos Cerdán y Patxi López. | Europa Press

Si algo se puede decir sin temor a equivocarse sobre la figura del presidente es que se trata de un hombre de su tiempo. Sánchez no sólo es una criatura de su tiempo, sino que también encarna, y de modo indiscutible, a un socialdemócrata de su tiempo. Y los socialdemócratas de este tiempo líquido y posmoderno que nos ha tocado vivir creen en muy pocas cosas. Pero una de esas pocas que creen, firmemente además, es que la verdad no existe. Por eso, no se cansan nunca de repetir a cada instante que todos tenemos nuestra propia verdad personal. Ya que, si todos podemos fabricar una verdad particular a voluntad, la verdad, en tanto que certeza única y unívoca compartida por una comunidad humana, muere justo en ese instante.

La obsesión permanente de los políticos contemporáneos por lo que ellos y los periodistas llaman "el relato", no es más que la consecuencia de creer que, puesto que la verdad no existe, lo único que cuenta en cada momento es dominar la subjetividad de las audiencias con argucias de comunicación para resultar creíble a sus ojos. Pero, aunque ellos lo desconozcan, la verdad sí existe. Sin ir más lejos, España es verdad y, en tanto que verdad genuina y auténtica, su naturaleza esencial resulta impermeable al relato. El chusco espectáculo televisivo tan propio de una república bananera en guerra civil, lo de Suiza con ese pobre hombrecillo, Cerdán, y el mediador salvadoreño, se esfuerce lo que se esfuerce el presidente, no hay manera de vendérselo a la opinión pública española.

Simplemente, no hay manera. Y en el PSOE parece que ya han empezado a comprenderlo con consternación. Porque el numerito humillante de Suiza ha acabado activando una fibra sensible —y profunda— en la población española, con independencia de sus muchas fracturas ideológicas. Una fibra compartida que apela al más básico sentido de la dignidad nacional. Y el sismógrafo de Ferraz, decía, ya parece haber empezado a captar esos movimientos de placas tectónicas en el sentir más hondo del censo electoral. El vía crucis de Sánchez ha empezado.

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