
Esquerra Republicana, el grupo que más hizo durante octubre del año 17 por empujar a que la Generalitat se declarase en rebeldía frente al orden legal español, va a dar acceso a la presidencia de esa misma institución al candidato de un partido, el PSOE, que posibilitó la aprobación del artículo 155 en el Senado. Dicho de otro modo, los líderes de Esquerra van a entregar la Generalitat a los mismos que propiciaron su destitución y posterior ingreso en la cárcel tras el fracaso de la asonada. Porque, resumido y sintetizado a su núcleo esencial, exactamente eso es lo que está a punto de pasar ahora mismo en Cataluña.
Y lo harán, además, a cambio de calderilla. Así, Sánchez colocará a su peón local en la Plaza de San Jaime por cuatro perras gordas. Una condonación administrativa de parte de la deuda del FLA, un poquito de dinero adicional para el ferrocarril de cercanías, la transferencia de las becas universitarias… Y para de contar. Es algo que cuesta entender visto desde cualquier perspectiva, pero más si se observa la escena desde la óptica del independentismo. Y como siempre en estos casos, las páginas de los periódicos se llenarán durante los próximos días de complejas y alambicadas teorías maquiavélicas, en un esfuerzo coral de imaginación por tratar de dar sentido lógico y político a una claudicación que carece tanto del uno como del otro.
Pero, entonces, ¿cómo explicar lo inexplicable? Pues apelando a un rasgo muy triste y deprimente no del nacionalismo catalán, sino de la propia naturaleza humana. Y es que, con las muy contadas excepciones de rigor, esas que solo sirven para afirmar cualquier norma general, ocurre que el grueso de los cuadros dirigentes de Esquerra está compuesto por una pandilla de muertos de hambre, gente sin oficio ni beneficio para la cual la dedicación a la política profesional constituye su única fuente posible de rentas. Porque no es que vivan de la política, es que no podrían vivir sin ella. Y el pacto con Illa les garantizará las nóminas. Así de cutre.