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Las Montero contra Montesquieu

Pensábamos que el retorno a la Edad Media nos lo traería el imán de Salt con su turbante, su chilaba, sus cuatro fieles esposas y sus nueve hijos. Pero no.

Pensábamos que el retorno a la Edad Media nos lo traería el imán de Salt con su turbante, su chilaba, sus cuatro fieles esposas y sus nueve hijos. Pero no.
Irene Montero. | Europa Press

Son 101 páginas, exactamente 101 páginas; y llenas todas ellas, de la primera a la última, de muy densos, elaborados y complejos razonamientos jurídicos. No obstante, las Montero, ambas, tanto la licenciada en Medicina que se dedica a los impuestos como su alma gemela y alter ego, la que estudió Psicología en la Complutense y se emplea en gritar desde Twitter, no necesitaron ni siquiera perder cinco minutos ojeando el texto de la sentencia antes acusar del grave delito de prevaricación a tres mujeres peritas en leyes, las magistradas integrantes del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que emplearon decenas de horas en su redactado final.

Pues, según el común entender de las Montero, ningún tribunal de justicia está legitimado para poner en cuestión, y mucho menos para contradecir, lo que un ser humano que pertenezca —o se autoperciba— como integrante del género femenino verbalice a propósito de otro ser humano que, para desgracia suya, conste como adscrito al masculino. De ahí el sólido argumento de ambas, ese consistente en denunciar que el principio constitucional de la presunción de inocencia jamás puede prevalecer sobre lo que diga o deje de decir la señora que se encerró en el váter de una discoteca con un futbolista famoso y millonario. Así, nunca sabremos cómo habrían reaccionado las Montero si el futbolista famoso y millonario resultase ser homosexual y dentro de la boca de otro varón también hubiese hallado la Policía restos de semen.

Y es que, al igual que existe una violencia de género, parece ser que también hay una verdad de género; una verdad suprema e indiscutible, la que apela al atributo vaginal como argumento legitimador inapelable, que nos permite ahorrarnos tres siglos y pico de tradición liberal e ilustrada sobre la división de poderes y creencias erróneas acerca de la igualdad de las personas ante la ley. Pensábamos que el retorno a la Edad Media nos lo traería el imán de Salt con su turbante, su chilaba, sus cuatro fieles esposas y sus nueve hijos. Pero no, ese puesto se lo piden en exclusiva las Montero.

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