
Cualquier persona puede especular en público con el riesgo de que el pueblo español acabe colgando de los pies al presidente del Gobierno, salvo que sea un líder de la oposición. En tal caso, esas reflexiones deben quedar reservadas para el espacio reducido que constituyen las reuniones de partido, el encuentro con amigos o una reunión familiar. Si se comete el error garrafal de aludir en un medio de comunicación al linchamiento popular del gobernante en ejercicio, lo más prudente es hacer mutis por el foro, exigir a su partido un perfil bajo y esperar a que escampe. En última instancia, la levedad de los medios tradicionales y la vorágine cotidiana de las redes hacen que los escándalos no duren más de un par de días.
En Vox, sin embargo, consideran que el reconocimiento de un patinazo es un signo de debilidad intolerable propio de la derechita cobarde, por eso, cuando pegan un petardazo como la famosa frase de Abascal en su viaje a Argentina a la toma de posesión de Javier Milei, el partido en pleno se llama a rebato y sale en defensa de su líder en un proceso que consta de dos fases sucesivas, a saber: primero se niegan los hechos; después se reconocen, pero asegurando que otros partidos dicen cosas peores sin que las formaciones rivales se escandalicen como cuando se trata de Vox.
En el partido conservador no parecen darse cuenta de que esa mayor exigencia moral hacia sus dirigentes es, en realidad, un reconocimiento de su superioridad en el terreno de la ética política. Porque la chabacanería y el lenguaje violento es algo habitual en partidos embrutecidos por el radicalismo ideológico, pero rechazable cuando se trata de un partido de orden como lo es Vox. Por eso, tratar de disculpar a Abascal por su exabrupto sacando a colación mensajes violentos de Bildu, ERC o las Juventudes Socialistas como andan haciendo los altos cargos de Vox, sitúa a ese partido a la misma altura que las formaciones radicales a las que toma como ejemplo para justificar la puñetera frase del líder en unos momentos en los que convendría centrarse en lo importante y no andar disparatando por el cono sur.
Damos por sentado que ningún argumento de este tenor hará mella en la estrategia berroqueña con la que Vox instrumenta su acción política. Aquí parece que el golpe sanchista justifica cualquier reacción por peregrina que sea, un error imperdonable que se revelará en toda su dimensión cuando toque presentarse ante las urnas. El colmo es que se utilice este patinazo para atacar a Núñez Feijóo, que ha pedido moderación con su tono melifluo (como buen centrista), pero ejerciendo sin embargo el papel que se le supone a un hombre de Estado.
Sobre el error, otro error y así hasta el final de una legislatura que, ojalá, no dure mucho, porque a este ritmo vamos a tener sanchismo para toda una generación.
