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El partido mosca-cojonera

A veces surgen chiringuitos de la nada que, tras rascar un puñado de votos a algún otro partido y conseguir que ese otro no obtenga representación, desaparecen de nuevo.

A veces surgen chiringuitos de la nada que, tras rascar un puñado de votos a algún otro partido y conseguir que ese otro no obtenga representación, desaparecen de nuevo.
Irene Montero e Ione Belarra, durante el acto en el que han anunciado la candidatura a las europeas. | EFE/ Rodrigo Jiménez

Constituye un error de aficionado ingenuo dar por sentado que el objetivo de todos los partidos consiste en alcanzar el poder para, desde él, aplicar este o aquel programa concreto destinado a alterar la realidad social preexistente. A algunos de ellos sí los mueve ese propósito último, claro, pero el fin esencial de muchos otros remite no a alcanzar el poder algún día, sino a evitar por cualquier medio a su alcance que consigan obtenerlo terceros. Algo que, como siempre ocurre en la vida, unas veces les puede salir bien y otras mal. Al respecto, la realidad ofrece ejemplos para todos los gustos.

En la muy ejemplar democracia de la Federación Rusa, sin ir más lejos, ya es un clásico que aparezcan, y de la noche a la mañana, nuevos partidos de supuesta oposición que, además de utilizar unas siglas muy parecidas a las de los genuinos grupos críticos con Putin, presentan candidatos cuyo nombre y apellido coincide con los de los verdaderos líderes de la disidencia. A ese extremo llega la impostura. Se trata, huelga decirlo, de crear la máxima confusión posible entre el electorado potencial de esas fuerzas; una empresa en la que el KGB, ahora rebautizado no recuerdo cómo, siempre acredita pericia sobrada.

Más cerca, entre nosotros, a veces también surgen chiringuitos de la nada que, tras rascar un puñado de votos a algún otro partido y conseguir que ese otro no obtenga representación, desaparecen de nuevo en la misma nada de la que emergieron. Valents, aquel efímero espectro que logró que Ciudadanos no obtuviera concejales en Barcelona por unos pocos sufragios, es el último caso conocido. Aunque, como decía, esas jugadas también pueden salir mal. He ahí la eclosión de Javier Milei en la Argentina, un teórico candidato marginal al que justicialistas y macristas promocionaron, ambos persuadidos de que su existencia perjudicaba al otro, y que, al final, acabó comiéndose a los dos. Ese modelo de partido mosca-cojonera es el que va a adoptar Podemos a partir de ahora. Por eso, el PSOE anda tan irritado con la podemófoba Yolanda y su implacable látigo vengativo. Lo ven venir.

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