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Pablo Planas

El amigo de Putin y de Sánchez

Cualquier cosa valía y vale para tratar de conseguir la independencia. Seguramente no encuentren demasiadas diferencias entre un sicario de la diplomacia paralela rusa y un enviado del PSOE.

Cualquier cosa valía y vale para tratar de conseguir la independencia. Seguramente no encuentren demasiadas diferencias entre un sicario de la diplomacia paralela rusa y un enviado del PSOE.
Carles Puigdemont | EFE

El independentismo catalán pretende convertir lo de Putin y Puigdemont en un meme, un chiste que consolide la especie de que en su intento por empurar al expresidente catalán los jueces españoles flipan. Pero lo cierto es que Puigdemont accedió a recibir a unos rusos en el palacio de la Generalidad la víspera de que el parlamento catalán proclamara la república. El desconcierto del entonces presidente autonómico y su corte era absoluto. Estaban en un callejón sin salida, con el artículo 155 de la Constitución a las puertas. Nadie en Europa les había prestado demasiada atención, salvo el día 1 de octubre de aquel 2017 gracias a la masiva campaña de desinformación en redes orquestada por un ejército de "bots" rusos.

Puigdemont era un hombre aislado, deprimido, perdido y vacilante y accedió a recibir a los emisarios del Kremlin que estaban con Víctor Terradellas (responsable de relaciones internacionales de Convergencia) y un traductor. Superado por los acontecimientos, Puigdemont tomó nota y ordenó a los suyos que se mantuviera el contacto. Así se hizo estando ya en Bélgica el expresidente de la Generalidad. Hay varias líneas de investigación. Parece claro que Rusia ofrecía dinero y protección militar a cambio de convertir la república catalana en un casino puticlub para los amiguetes de Putin que blanquean en criptomonedas. La Suiza del bitcoin, decían. Lo que no se sabe es qué indujo a Puigdemont a mantener la línea con Rusia cuando ya todo estaba perdido para su causa.

Existe un informe de la Comisión Europea que alerta sobre las injerencias de Putin en Europa y destaca su interés por el proceso separatista catalán y las consecuencias en términos de desestabilización de la UE. Acreditadas investigaciones periodísticas han puesto de relieve las deambulaciones rusas del jefe de gabinete de Puigdemont, Josep Lluís Alay, con personajes de los círculos más restringidos de Putin. Cualquier cosa valía y vale para tratar de conseguir la independencia. No lo han ocultado nunca y seguramente no encuentren demasiadas diferencias entre un sicario de la diplomacia paralela rusa y un enviado del PSOE.

Pero la amnistía se complica. La semana pasada, el terrorismo. Esta semana, alta traición. Los socialistas creen que los jueces actúan adrede, como si no estuvieran sometidos a plazos, reglamentos, leyes y controles. Los independentistas quieren retirar ahora cualquier mención al terrorismo en la amnistía. Se han dado cuenta de que hicieron la del que asó la manteca. Esta ley amenaza con ser un mondongo más grande que la ley del sí es sí. No se aguanta por ningún lado. Si el PSOE tiene que amnistiar a unos delincuentes para seguir en el poder es mejor que se deje de leches sobre el reencuentro y las categorías del terrorismo y vaya directamente al tema: ley de amnistía para Puigdemont y quien diga Puigdemont, el amigo de Putin y de Sánchez.

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