
Mala cara tenía Sánchez cuando salía del hemiciclo tras el petardazo de la ley de amnistía, provocado precisamente por su principal beneficiario. Le echaron la norma a los toriles tras el tercer aviso precisamente el día en que pensaba confirmar la investidura saliendo por la puerta grande, un sainete de los gordos para entusiasmo del personal, que disfruta tanto de una buena bronca como de una faena gloriosa.
Pero lo peor es que el trago no ha pasado para Sánchez, porque la ley no ha sido arrumbada al desván de las iniciativas fracasadas. Al contrario de los toros que vuelven a chiqueros, que pasan directamente al matadero, el morlaco de ayer va a tener que lidiarse nuevamente, en la misma plaza, con el mismo espada y, lo que es mejor, con los mismos subalternos.
Sánchez ha puesto en posición genucubital a todos los diputados de su partido, comenzando por él mismo, pero el quinqui del maletero ha decidido que no quiere consumar todavía y que hay margen para profundizar en esa bonita relación. Está fenomenal, claro, porque la amnistía es una cosa muy seria y no es cuestión de improvisar con una ley que ni siquiera exige a todos los españoles peregrinar de rodillas al monasterio de Montserrat en acción de penitencia por no haber concedido la independencia a los separatistas. Que muchos se la hubiéramos otorgado de mil amores, no nos interpreten mal, pero las cosas como son, no como nos gustarían a Puigdemont y a un servidor.
Ahora toca una nueva etapa con más humillaciones, nuevos insultos y más viajes de Santos Cerdán a rendir pleitesía al golfete de Waterloo. Bolaños ya debe estar pergeñando nuevos argumentos para justificar la creación de un tribunal especial, formado íntegramente por miembros de Jueces, Juezas y Juecx por la Dictadura, cuyo único cometido será aplicar la amnistía a cuatro bedeles despistados y algún perroflauta que pasara por allí, porque todos los que tuvieron realmente algo que ver en las jornadas violentas cuando el butifarréndum quedarán exonerados directamente en el articulado de la ley. Pero lo mejor de todo es que ni siquiera ese descenso del calzonaje por debajo del astrágalo garantizará los votos de los siete diputados de Puigdemont.
Toca guardar silencio, admirar las tragaderas del socialismo patrio y disfrutar de este proceso de degradación colectiva que dejará al PSOE para las mulillas. Hay que permitir que Sánchez se cueza en el aguachirle que él mismo ha preparado y esperar a que sus propios socios lo echen a gorrazos. Cuanto menos los molestemos, mejor.
