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Destino final

Desde hace un tiempo miro los partidos del Madrid como si estuviese viendo la última entrega de 'Destino final'.

Desde hace un tiempo miro los partidos del Madrid como si estuviese viendo la última entrega de 'Destino final'.
Rüdiger. | Cordon Press

Este jueves, en Getafe, Rüdiger se lesionó en una jugada de lo más estúpida. La noticia fue la lesión, no que fuera estúpida —al fin y al cabo todas las lesiones lo son; no conozco a nadie dispuesto a dedicar una neurona en descubrir la mejor manera de lesionarse—, pero eso no quitó para que todos los madridistas del mundo retrocediésemos cinco segundos desde el momento del impacto y nos regodeásemos comprobando, fotograma a fotograma, cómo de estúpida había sido exactamente la soberana estupidez que acababa de dejarnos sin centrales. Después, tal vez con miedo a que pudiese no serlo —estúpida, digo—, nos dedicamos a repetírnoslo unos a otros cada vez con más vehemencia. Un amigo hasta agarró el teléfono y me miró desubicado, no sabiendo a quién llamar para publicar la primicia. Y es que si algo nos descubre la experiencia es que estupideces hay muchas y se manifiestan de distintas formas, pero las únicas que merecen ese nombre son las que nos obligan a anunciarlas en voz alta, supongo que porque son también las que más cerca están de hacernos ver lo frágiles que somos ante ellas.

Pongamos como ejemplo la enfermería del Madrid. La lesión de Alaba fue estúpida, igual que la de Militao. Y no hablemos ya de la de Courtois. Desde antes incluso de que comenzase la temporada, lo que se ha ido produciendo delante de nuestras narices es una sucesión de estupideces inocentes, todas igual de abruptas y por lo tanto igual de catastróficas, que además sugieren un mensaje de lo más siniestro: ninguna es más estúpida por sí misma que la gigantesca estupidez que representan las tres juntas. Lo que los madridistas experimentamos el otro día al ver a Rüdiger tirado en el suelo, por tanto, no fue una inocente revelación que nos advirtiese de los poderes del azar, con sus catastróficas desdichas. Tuvo más que ver con el estupor de quien comprueba que de verdad existen planes a largo plazo en el universo. Y que uno nunca debe adelantarse a subrayar estupideces en voz alta si no puede afirmar que han concluido definitivamente.

Si el 1 de julio de 2023 me hubiesen preguntado qué jugador del Real Madrid iba a tener más posibilidades de partirse la rodilla yo habría dicho que todos por igual, pero que ninguno demasiadas. Hoy ya sé a ciencia cierta que los dos que más riesgo corren son Nacho y el propio Rüdiger, y que además lo corren a montones. Lo sé por la sencilla razón de que la verdadera pregunta no era esa, sino cuántas posibilidades existían de que absolutamente toda la defensa del equipo sufriese la misma lesión a lo largo de la temporada —se ve que muchas—. Así que ahora me pregunto si se me dejará apostar por ello para, al menos, sacarle rédito al infortunio. Desde hace un tiempo yo miro los partidos del Madrid como si estuviese viendo la última entrega de Destino final. Sólo tengo ojos para nuestros dos centrales, tan aislados e indefensos. Los observo preocupado y trato de anticipar qué diminuto lance del juego desatará la tragedia; qué pieza de dominó activará el recorrido que terminará con unos tacos incrustados en su rótula; qué mariposa moverá sus alas e iniciará el proceso destinado a concluir con nosotros mirando el televisor y repitiendo, muy en alto: "¡Pero qué estupidez de jugada, por dios, pero qué estupidez de jugada!". Pese a todo, tampoco lo tengo demasiado claro. No descarto que se rompan al salir de la bañera.

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