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Tractores en guerra

Esta vez la cosa no va de cuatro perras, sino de un asunto de vida o muerte. Y sólo acaba de empezar.

Esta vez la cosa no va de cuatro perras, sino de un asunto de vida o muerte. Y sólo acaba de empezar.
Los agricultores se manifiestan con los tractores frente a la Puerta de Brandenburgo. | EFE

El capitalismo constituye un orden económico extremadamente productivo, el más productivo que jamás pudiese haber imaginado la humanidad, solo gracias a la implacable lógica darwinista que inspira su funcionamiento interno. Una lógica que premia a los más eficientes con beneficios extraordinarios y castiga sin piedad a los menos eficientes, forzándolos a desaparecer. En esencia, el capitalismo es eso. En cuanto al motor principal que le permite crecer, la eficiencia, en casi todos los sectores depende de las características e intensidad de uso de la tecnología aplicada a los procesos productivos. Los que poseen más y mejor tecnología sobreviven, los otros perecen. Pero hay un sector en el que eso no funciona así: el del campo.

En la agricultura, ganar o perder en la batalla diaria de la competencia no depende de la tecnología, toda vez que tiende a resultar idéntica e intercambiable (los tractores son iguales en Europa, América, África o Asia). En la agricultura, lo que marca la diferencia es la fertilidad del suelo. Por eso, ninguna agricultura nacional del mundo puede competir en condiciones de igualdad con los cuatro territorios más feraces del planeta, que son la Pampa húmeda de Argentina, la región central de los Estados Unidos, Angola y Ucrania.

Bien, pues resulta que a estas horas la Unión Europea se muestra en disposición de permitir el libre acceso a su mercado interno, y sin límites, a las importaciones agroganaderas procedentes de dos de esos colosos imbatibles: el Mercosur (que incluye entre sus socios principales a Argentina y Brasil) y Ucrania, un país que ya ha accedido a la condición de candidato formal para integrarse en la Unión. Porque no estamos hablando, como tantas otras veces, de arrancarle cuatro perras más en subvenciones a Bruselas. Ahora, el problema es serio de verdad. Muy serio. Porque Alemania, cuya industria vive una crisis existencial, necesita colocar sus manufacturas en Sudamérica. Y eso lo van a tener que pagar los campesinos del sur y el este de Europa. No, esta vez la cosa no va de cuatro perras, sino de un asunto de vida o muerte. Y sólo acaba de empezar.

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