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No somos nadie

Pero esta gente cree que está por encima del bien y del mal gracias a la política y a los medios de comunicación que compra la política.

Pero esta gente cree que está por encima del bien y del mal gracias a la política y a los medios de comunicación que compra la política.
Europa Press

Mirándolo globalmente y sin la arrogancia que nos caracterizó en un pasado, España es un país con poca importancia económico-militar, tanto en la Unión Europea como sobre el planeta tierra, aunque pueda tener una influencia cultural nada despreciable con respecto al mundo latinoamericano. En el nuestro, me llama mucho la atención la soberbia de la que hacen gala cierto tipo de dirigentes que han alcanzado un determinado estatus social viniendo desde abajo y que ahora procuran encumbrarse por encima de sí mismos. Típica actitud de nuevos ricos, en España concretamente de esa izquierda que ha conseguido prosperar gracias al pacto social tras la dictadura e incluso durante la misma dictadura. Esa nueva clase media con conciencia de clase baja, valga la redundancia, es la que sostiene un partido y un dirigente tan absolutamente falso y superficial como nuestro actual jefe de gobierno, porque precisamente lo que a la gente de espíritu revanchista le gusta de este tipo de individuos es que den esa imagen de hombres del gran mundo, seguros y satisfechos, capaces de hablar con certera sensatez y, de paso, demostrar a las clases dirigentes de siempre que pueden tomar el relevo en el poder con más gracia y enjundia que sus caducos predecesores. Las ínfulas que se dan, el boato y el prestigio del que se rodean, la importancia que se otorgan es mucho mayor que las de los clásicos dirigentes que siempre lo habían tenido todo y por eso mismo despreciaban (o hacían alarde de despreciar) el poder y el dinero.

Todo esto me evoca los programas de cotilleos y famosos que hace ya bastantes años se pusieron de moda, cuando la sociedad española se iba encanallando progresivamente. En efecto, los canales de televisión privados —seguidos inmediatamente por los públicos— se dieron cuenta de que un gran sector de la población se había vuelto cínico y solo buscaban entretenimientos o sensaciones inmediatas, preferiblemente insustanciales y chabacanos, entre los que se podía insertar publicidad para el consumo que dejaba sustanciosos dividendos a las empresas de comunicación. La izquierda no fue ajena a estas corrientes y, abandonando sus tesis fundamentalistas, se sumergió de lleno en el marketing político convencida de que las masas eran, y son, manipulables. A esto habría que añadir la gran ventaja de un país volcado obsesivamente en los medios de comunicación, dándoles fe religiosamente o, en todo caso, asumiéndolos como compañía habitual en la vida privada. Aunque considero que una de las alegrías de nuestro país es la proliferación de garitos y baretos donde afortunadamente todavía se da la comunicación directa entre individuos, no hay local en España que se precie de suficiente clientela si no tiene un televisor encendido proporcionando compañía al solitario y consuelo al afligido, aunque ahora mucha caja tonta opere en modo silencio. Nadie se quiere quedar a solas con sus pensamientos, ni siquiera con música (que ya no se oye en ninguna parte), y para eso nada mejor que no pensar o, lo que es lo mismo, que otros piensen por ti. Eso es algo que saben muy bien nuestros partidos políticos.

La importancia que se dan algunos dirigentes de la partidocracia al verse investidos de cierto poder, que naturalmente multiplica el halago mediático, les hace apartarse progresivamente de la realidad y de las bases de las que provienen, porque, tanto han tenido que intrigar, adular y humillarse para subir en los cuadros del partido, que cuando alcanzan algún cargo de importancia se instalan en él para no irse nunca y, sobre todo, para impedir por todos los medios que otros, de su propio partido incluso, se lo arrebaten. En esta lucha por sostenerse a flote, ¿qué tiempo puede quedar para una acción política coherente en bien de la sociedad? El margen, sobre todo en los partidos de izquierda, se va estrechando hasta quedar reducido a la canalización de los fondos públicos (incluidas las jugosas subvenciones europeas) para la captación de votos y, en definitiva, para el continuismo en el poder en función de intereses partidistas. Y es que no somos nadie, pero esta gente cree que está por encima del bien y del mal gracias a la política y a los medios de comunicación que compra la política.

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