
Es probable que en el ejercicio merecido de autoestima colectiva que provocó la gabarra del Athletic a su paso por el Nervión, nadie reparase que había movilizadas tantas personas como votantes en las próximas elecciones vascas. Algo más de un millón. Quizá hubiera sido procedente que la travesía hubiese arrancado, mar mediante, desde Laredo o Castro Urdiales, donde hay tantos calzones negros y mallas rojiblancas en verano como puede haberlos en Moyua. Es probable que muchos aficionados de toda España no pudiesen acercarse a la ría para, entre el mito y el misticismo aldeano, contemplar un espectáculo único. Solo por ver a Muniain, con el pecho al descubierto, como la Libertad de Delacroix, remontando el cauce, ya habría valido la pena. O entonar el "Txoria txori" de Artze, en un euskera académico, con los hermanos Williams envueltos en una ikurriña, "design style" del racista Sabino Arana, no tiene precio. Pero lamentablemente no pudimos asistir todos los que hubiéramos querido o podido.
Conozco a un hombre que, de buena mañana, cuando todavía no se ha apagado el sonido del gozne del ascensor con el último vecino trasnochador, baja al vestíbulo del inmueble en el que vive en Madrid a recoger su periódico deportivo. Imagino que ya en su casa, con el batín de guata, y a sorbos con su café, desguaza, como en la siderurgia vasca, las páginas de las diferentes secciones hasta llegar a la del Athletic de Bilbao. Porque él nació hace ochenta años allí y fue asiduo de San Mamés por imposición de los curas, que formaban una cofradía de aficionados impúberes en los años en que el césped era una pasta grisácea en las televisiones en blanco y negro del franquismo. Su vida transcurre entre las rutinas propias de un jubilado, muy lejos ya de aquellos años tristes en los que tuvo que abandonar su ciudad, expatriado por el terror, por la impunidad, y por la miseria de un nacionalismo que se aprovechaba taimadamente del exilio de cerca de un diez por ciento de la población vasca durante los años que siguieron a la muerte de Franco. Y así hasta ahora.
Según diferentes estudios, en saldo neto, 180.000 españoles nativos abandonaron el País Vasco entre 1977 y 2022. Es evidente que no todos lo hicieron por razones políticas, pero sí un porcentaje relevante. Pero no solo son 180.000 personas, sino que son también sus hijos y nietos, que nunca volverán a residir en tierras vascas. Un verdadero éxodo, fruto de la decadencia moral, del acoso sistémico, del miedo inhumano, que, por mucho que los nacionalistas de toda laya lo oculten, ha alterado la base sociológica del País Vasco y, por ende, su representación política. Y no alcanzo a describir una situación similar en toda Europa en el último medio siglo, que, además, se haya naturalizado sin ninguna aprensión ni ningún esfuerzo ético.
Actualmente el nacionalismo vasco representa el 70% de la intención de voto del electorado en la Comunidad Autónoma, y es bien sabido que en muchos municipios vascos el voto a partidos políticos como PP o VOX es testimonial o nulo. Un voto a cualquiera de estas formaciones políticas se antoja, para algunos residentes, como una bizarría o como un acto de valentía inocuo. ¿Pero qué ha ocurrido para que, desde la Hernialde del cura Santa Cruz y su guarida negra hasta Amorebieta, la presencia de los partidos tradicionales españoles haya caído estrepitosamente? Al éxodo sostenido de la población, sigue una toma de control social a través del sistema educativo, cultural, social e incluso económico, aprovechándose incluso de la reconversión de la industria siderúrgica y naval. Así fue como el nacionalismo vasco modernizaba y sigue modernizando las bases del tradicionalismo carlista, creando una corriente de pensamiento filosófico propio del "Völkisch" alemán que situaba al hombre vasco como un ser genuino racial y con una historia propia, haciéndole formar parte de una comunidad nacional basada en la sangre y la lengua común.
El PNV institucionalizaba las estructuras de dominio social y Herri Batasuna aprovechaba el relevo generacional y la aversión al burgués tradicional para asentar una camada multitudinaria de adeptos a la causa. El terror había culminado su proceso de acceso al poder y, desde allí, en compañía de sus primos hermanos del "Euzkadi Buru Batzar", habían arrinconado cualquier vestigio de alternativa. Lo que no se esperaba es que compitiesen por alcanzar, con el permiso de Toquero, la Presidencia del Gobierno vasco en 2024. Un tercio de los eventuales votantes del próximo domingo pueden votar a EH Bildu, uno de cada tres, y quien conozca bien estas tierras, sabe que es difícil revertir demográfica y sociológicamente la situación. Por eso, Sánchez, con su socialismo "procesista", aspira a convirtiese en el eje de fijación de la esfera del poder vasco, a sabiendas de que ese apoyo tiene costes conmutativos en Madrid. El "procés" vasco y el "procés" catalán han empleado carriles diferentes para obtener resultados equivalentes, con la anuencia de un socialismo posibilista y cómplice. Nada a corto o medio plazo hace presagiar un cambio de rumbo político y social, sin que esta sea una razón para desistir en el empeño.
Imagino que mi buen amigo seguirá muchos años bajando a recoger la prensa diaria plagada de avatares deportivos. E intuyo que cuando siga leyendo la actualidad del Athletic de Bilbao, un escalofrío le seguirá recorriendo la espina dorsal. No sé si ha sido lector de Blas de Otero, otro gran bilbaíno, pero siempre quedarán sus versos: "Dispuesto a todo,/menos a morir en balde,/menos a morir en Bilbao,/menos a morir sin dejar rastro de rabia/y esperanza experimentada, y hasta luego y palabra repartida/".
