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Luis Herrero Goldáraz

Antidemócratas

Suelen ser reconocibles porque se llenan la boca con palabras grandilocuentes que han vaciado previamente de significado.

Suelen ser reconocibles porque se llenan la boca con palabras grandilocuentes que han vaciado previamente de significado.
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), habla con el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, durante un acto del partido para celebrar el nuevo Ejecutivo. | EFE

Uno de los principales miedos cuando se es joven, supongo, reside en el espacio oscuro que se abre detrás de la ignorancia. Es un espacio jodido, ese, porque no siempre está oscuro sino que se apaga de repente, lo que hace más vergonzoso el tropiezo que pueda propiciar, la caída estúpida en el todavía más estúpido escalón de la incoherencia. Bueno, siguiendo la lógica de mi primera frase, el verdadero monstruo al fondo de la cueva no es la oscuridad sino el escalón. Ese pecado original que siendo jóvenes sentimos que debemos expiar a todas horas a base de aceptar los propios sesgos y de estar dispuestos, yo qué sé, incluso a darle la razón a nuestros asesinos. En coherencia, quién puede decir que no ha sido un poco matable alguna vez…

Esos años no duran para siempre. Poco a poco la formación intelectual se va cerrando y los dilemas aparentemente irresolubles iluminan paulatinamente sus soluciones, lo que no quiere decir que las tengan necesariamente. Uno descubre que coherencia no quiere decir simetría, por ejemplo, igual que justicia no es pagar a todo el mundo con la misma moneda. Y se va perdiendo en la vorágine escarpada de una vida que sólo es transitable cuerdamente con una brújula que ordene como puntos cardinales una serie de principios. Aparece la pereza intelectual y, de hecho, se sabe que se ha abandonado la juventud y se ha empezado a envejecer cuando los miedos cambian. De pronto no se teme la incoherencia sino que pueda llegar a no importarnos caer en ella.

Como todo está relacionado, eso último ocurre a menudo por haberle perdido el miedo previamente a la ignorancia. Es de esa y no de otra forma como gente de lo más adulta termina decidiendo no mirar y abandonándose a sus pasiones más irracionales, que son las que parecen hacer la vida más cómoda, renunciando al engorro de tener que regirse por algo más importante e inasible que ellos mismos.

A esos hombres y mujeres no se les puede pedir lo que no tienen, así que de nada sirve exigirles unos mínimos de vergüenza. Lo único que se puede hacer es exigirnos a nosotros mismos, por lo menos, no votarlos. Suelen ser reconocibles porque se llenan la boca con palabras grandilocuentes que han vaciado previamente de significado para no tener que responder ni ante el diccionario. Esta semana se los puede ver perfectamente decidiendo mirar de aquella forma a Venezuela. O no mirar. O, en casos más extremos, justificando al dictador que pretende mantener secuestrada ante los ojos del mundo a la población de un país al que ha sumido previamente en la miseria. No sirve de mucho indignarse con ellos ni ahogarlos a improperios, pues ya hemos visto lo que respetan los conceptos. Lo que sí podríamos hacer quienes sí lo hacemos es usarlos correctamente y tratarles seriamente como lo que ni siquiera pueden reconocer que son: antidemócratas.

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